La espiral de la libreta

Sobre el placer de leer diarios íntimos

Virginia Woolf se ejercitaba con media hora de escritura descuidada después del té

Habitación de escritura de Virginia Woolf

Habitación de escritura de Virginia Woolf

Olga Merino

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¿Por qué se lleva un diario? Ni idea. Siendo un género tan maleable, el más dúctil, puesto que sus páginas admiten casi cualquier ingrediente —poemas, un 'collage', aforismos, la factura de un restaurante e incluso la semilla de un relato—, cada autor barajará sus razones. Tampoco hace falta un porqué para todo. En los estupendos diarios de Patricia Highsmith —todavía voy por la mitad—, la autora norteamericana confiesa que necesita sus cuadernos porque la ayudan a aclararse la cabeza y le permiten, siquiera por un instante, vivir en el presente puro (“me calma durante unos momentos”). Leyendo los de Virginia Woolf, da la impresión de que los mantenía para ejercitar la muñeca, para no perder mano, como el guitarrista practica a diario sus arpegios o la bailarina sus ‘pliés’ en la barra; el domingo de Pascua de 1919, por ejemplo, anotó: “Creo que, durante el año pasado, he podido advertir cierto incremento en la facilidad de mis escritos profesionales, que atribuyo a esa media hora de escritura descuidada, después del té”.

EXCESO DE BELLEZA

José Luna Borge dice que se lleva un diario para capturar esa colección de yoes de que cada ser humano se compone. Francisco Umbral, mucho mejor diarista que novelista, se lo explica mediante un pretexto muy literario: “Se hace un diario íntimo para recoger la pluralidad instantánea de la vida, ese exceso de belleza que anda errante por el mundo, la dispersión de las emociones, notas de color que no caben en la novela en marcha ni en ningún otro libro”. El diario constituye, pues, un cajón de sastre, un baúl en el desván, pero nunca debería convertirse en el cubo de la basura, donde cabe cualquier lamento o desaliño. 

APERTURA AL MUNDO

¿Por qué los leemos? Tampoco tengo una explicación unívoca. Desde luego, cuando en las librerías tropiezo con un diario nuevo o desconocido para mí, me tiro de cabeza a él, a veces tan solo por la seducción de un buen título. Creo que podría suscribir letra por letra el criterio y paladar de José Luis García Martín, expuestos en sus ‘Notas sobre el diario íntimo’: “El diario íntimo que yo prefiero —como escritor y como lector— nunca es exclusivamente (ni siquiera principalmente) íntimo, según suelen serlo los de los adolescentes. Es un diario donde importa lo privado y lo público, un diario abierto al mundo, por el que cruzan personajes con nombres y apellidos… Un diario donde las referencias van más allá del ombligo del autor”.

Cierto. Pero también disfruto boquiabierta de la capacidad de algunos diaristas de contar la vida cuando no pasa nada de nada, cuando la palabra apresa el mero transcurso del tiempo, el vacío expectante. Lo que Chirbes llama “la caza del humo”.  

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