Guerra de trincheras en EEUU

El Partido Republicano no puede estar especialmente satisfecho del resultado de las elecciones de mitad de mandato, mientras el Partido Demócrata puede sentirse aliviado por los resultados obtenidos en una convocatoria que suele castigar al partido del presidente en ejercicio, especialmente cuando el contexto económico es negativo. Aunque quedan bastantes escaños por dilucidar en ambas cámaras del Congreso, de los que aún dependen el color de las mayorías (en cualquier caso exiguas)y el curso de la segunda mitad del mandato de Joe Biden, la marea roja, por el color distintivo de los republicanos, no se produjo. Sí se dio, en cambio, una movilización reseñable en ambos bandos, estimulada por el extremismo de Donald Trump y sus seguidores, que como sucedió en 2020 no ha resultado ser especialmente ventajosa para la agenda radical del expresidente.

La plenamente vigente división del país en dos bloques incompatibles, con los estados de Nueva Inglaterra y los de la costa del Pacífico teñidos de azul, el color de los demócratas, y el sur, el Medio Oeste y las zonas industriales decadentes, de rojo, parece que impedirá, y no solo a corto plazo, cualquier tipo de mayoría amplia. Y lo que es peor, cualquier tipo de consenso básico en la sociedad estadounidense. Lo apurado, de nuevo, de los resultados garantiza por mucho tiempo discutidos recuentos al límite, recursos deslegitimizadores y maniobras para redefinir distritos electorales y condicionar el ejercicio del derecho al voto, lo que no hará más que enconar y deteriorar la salud democrática del país.  

Un Biden en horas bajas puede contar como un éxito moral no haber sufrido el retroceso que se vaticinaba, aunque el objetivo de restañar heridas en su mandato se ha demostrado quimérico y probablemente deberá esperar hasta diciembre para saber si al menos conserva la mayoría en el Senado. Para Trump, en cambio, incluso una ventaja mínima del partido republicano quedará lejos de la victoria por aclamación que esperaba para lanzar su campaña para regresar a la presidencia. Incluso alguno de los más claros éxitos republicanos no lo acaban de ser para quien se ha hecho con el control del partido: la victoria clarísima del gobernador de Florida Ron De Santis (con avances en el electorado hispano preocupantes para los demócratas)pone en escena a un nuevo candidato a la nominación republicana.

El comportamiento del electorado ha tenido mucho que ver con dos apriorismos muy diferentes. Para los votantes republicanos, responder al agravio de hace dos años, cuando se unieron a la estrategia de Donald Trump de no reconocer la derrota y tachar de fraudulento el triunfo de Joe Biden. Para muchos electores demócratas, acudir a las urnas se convirtió en una obligación poco menos que moral habida cuenta su convencimiento de que estaba en juego la preservación de la democracia. Las victorias en varios estados de consultas encaminadas a preservar el derecho al aborto han tenido también mucho que ver con esa percepción de la opinión publica liberal, que se inquieta, no sin razón, por la degradación de la cultura democrática.

Ni el intento de golpe a la democracia en el Capitolio, ni las cuitas judiciales de Trump, ni la inflación, ni la emergencia climática, han bastado para que los electores se hayan movido de las profundas trincheras ideológicas consolidadas durante el divisivo anterior mandato presidencial. Nada de todo eso ha pesado más que el factor emocional, lo que no hace más que vaticinar una atmósfera de confrontación en la larga campaña de las presidenciales de 2024 que empezará inmediatamente.