Gárgolas | Artículo de Josep Maria Fonalleras

Un actor y una iglesia

Este jueves Joan Carreras representa 'Las confesiones', de San Agustín, en Sant Felip Neri, con espectadores que le escucharán y que establecerán, entre ellos, la solidaridad del triángulo

Plaza de Sant Felip Neri, que conserva aún las cicatrices de los bombardeos.

Plaza de Sant Felip Neri, que conserva aún las cicatrices de los bombardeos.

Josep Maria Fonalleras

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La misa se acerca a la representación teatral. Como contaba hace años Vittorio Gassman, el teatro es un triángulo. En un vértice, el actor que dice el texto. En los otros dos, los espectadores. La confabulación teatral se establece porque los espectadores están unidos entre sí y, al mismo tiempo, transmiten al actor una noticia decisiva: su presencia, que se percibe desde el escenario, infunde vida a la función. El teatro reclama esa comunión entre los tres vértices. En la misa, el oficiante no necesita percibir la pulsión anímica de los oyentes, que tampoco se comunican entre ellos. Por eso, la misa puede celebrarse en solitario, sin fieles. Y por eso el teatro no existe si no hay espectadores.

Este jueves un actor representa (lee, en este caso, pero en una lectura apasionada y teatral) un texto en una iglesia, con espectadores que le escucharán y que establecerán, entre ellos, la solidaridad del triángulo. Esto es teatro. Será en Sant Felip Neri, en el marco de Clàssics, el festival de artes contemporáneas y pensamiento que llega a su cuarta edición. El actor será Joan Carreras y el texto es una adaptación de 'Las confesiones', de San Agustín, escrita por Raül Garrigasait a partir de la traducción de Miquel Dolç. Hace unas semanas, se estrenó en la catedral de Girona, con coproducción de Temporada Alta y La Casa dels Clàssics. El impacto es fenomenal. La vida de Agustín de Hipona, explicada por él mismo en lo que los estudiosos han llamado “el inicio de lo que muchos siglos más tarde llamaremos monólogo interior”, se despliega ante los ojos de Dios, “que conoce el número de nuestros cabellos”, en una confesión que es a la vez relato, vivencia e interrogación sobre el porqué del mal, la pregunta clave de la religión. Más de 1.600 años después, revivimos una obra primordial de la filosofía y la teología que nace cuando Agustí, el verano del año 386, oye el canto de un chico que dice: “Tolle lege, tolle lege”. ¡Toma, lee! Un aviso, una señal para que se acerque a las palabras de Pablo de Tarso. Exclama: “Deslumbraste la debilidad de mi ojo con la vehemencia de tu irradiación”. Todo esto y más, en Sant Felip Neri, de la mano de un Carreras austero y arrebatado, contemporáneo, que nos interpela, actor, en una iglesia.

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