Nómadas y viajantes

EEUU se juega la democracia

Joe Biden, presidente de EEUU

Joe Biden, presidente de EEUU / AFP

Ramón Lobo

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Estamos ante un segundo asalto a las instituciones por parte de la extrema derecha. Esta vez sin un ataque al Capitolio. Basta la violencia ambiental que llevó a un extremista a tratar de romper las piernas a Nancy Pelosi, la tercera persona en importancia en el escalafón. EEUU vivirá el martes un anticipo de las presidenciales de 2024 en las que puede volver Trump o alguien peor.

Todo apunta al desastre, no porque los demócratas puedan perder el control de la Cámara de Representantes y del Senado, sino por el tipo de republicanos que entrarán en el Legislativo: negacionistas de toda ralea, incluida la derrota de Donald Trump en 2020. EEUU viaja directo a la pesadilla de 'Gilead'; y nosotros, también.

Se llaman elecciones de medio mandato. En ellas se renueva la totalidad de la Cámara baja y un tercio de la alta, además de una treintena de gobernadores. No pinta bien para el partido de Joe Biden. Va a pesar más la inflación que la supresión de la ley del aborto en algunos estados que ha movilizado a millones de mujeres.

Aunque puede haber sorpresas, el clima político favorece a los republicanos porque el debate no está en las ideas ni en las propuestas. Priman los miedos de una clase media blanca que se siente despojada. Consideran que EEUU es suyo por mandato divino. No quieren compartirlo con minorías ni migrantes. Priman los bulos en un marco incendiario en el que ha desaparecido la verdad. Sin ella, no es posible la democracia.

Trump, Berlusconi y Netanyahu

Importan más el atractivo televisivo de los políticos o sus salidas de tono en las redes sociales que los planes para resolver los problemas comunes. Sin hechos que debatir, triunfan los Trump, los Berlusconi, los Netanyahu. Las reglas del juego nacidas del final de la segunda guerra mundial han saltado por los aires. En 1945 primaban la seguridad y la necesidad de una economía fuerte para reconstruir un continente arrasado.

La generación contraria a la guerra de Vietnam cuestionó ese mundo autocomplaciente que presumía de democracia en sus fronteras mientras que invadía países, colocaba dictadores a su servicio y aplastaba levantamientos. Pese a la magnitud de las protestas nunca se encontró arena de playa debajo de los adoquines.

Llegaron los años 80 y con ellos, la revolución conservadora de Reagan y Thatcher que vendía las bondades de la iniciativa privada. Llegó la estafa de la curva de Lafter que defiende contra toda evidencia que a menos impuestos más crecimiento. La última víctima del cuento ha sido la economía británica en manos de la efímera Liz Truss. Arremetieron contra el Estado del bienestar para desmontar la Sanidad Pública a cambio de aumentar de riqueza de los más ricos.

Gran Dimisión

Las nuevas generaciones están menos interesadas en la política. Les preocupa la catástrofe climática, la identidad de género y el feminismo. El trabajo ya no les define. Son parte de los que se ha llamado la Gran Dimisión, gente que no está dispuesta a renunciar a vivir por un salario de miseria. Saben que el ascensor social está averiado, si es que alguna vez existió de verdad.

Las mayorías blancas cristianas de origen anglosajón no están educadas para sobrevivir en el tsunami de la revolución tecnológica. Se sienten amenazadas por cualquier cambio, sobre todo los que afectan a la familia y al lenguaje. No se cuestionan un sistema que les ha empobrecido basado en empresarios sin escrúpulos que les despiden para contratar migrantes sin papeles ni derechos. Les han convencido de que el problema es el 'otro', no el corrupto de su misma raza.

 Esa América blanca asustada quiere que vuelva su mundo de privilegios con sus minas de carbón y sus grandes coches contaminantes. Los candidatos republicanos les hablan de las tropelías de lo que en EEUU llaman izquierda, que viene a ser una socialdemocracia bastante conservadora. Hasta Barack Obama que actuó con una prudencia excesiva les parece un radical.

Es difícil combatir esta deriva si no admitimos que las democracias han perdido contenido. En algunos casos son una simulación con instituciones ocupadas por millonarios que defienden su negocio. En España se añade una prensa débil que ha sustituido reporteros por opinadores, las noticias por los 'trending topic'.

Esta crisis de calidad democrática está salpicada por crisis económicas que empobrecen a la mayoría. Adquirir un piso es una quimera. Hay millones de personas fuera de juego que expresan su desencanto en la abstención. El deterioro es tal que en cada elección surge alguien más a la derecha, más insensato, más racista como acaba de suceder en Israel. Al final del camino espera Vladímir Putin. Confía que un Congreso dominado por los republicanos ahogue a Ucrania y le permita ganar una guerra que está perdiendo.

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