Artículo de Albert Soler

Mis abuelos y el futuro del catalán

La Administración catalana está llena de funcionarios que pretenden convertir el catalán en lengua cada vez más residual, transformándola en antipática por el sencillo método de imponerla

Somescola reúne a unas 2.000 personas para defender la lengua catalana

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Albert Soler

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Mi abuela, analfabeta y a mucha honra, la honra de haberse puesto a trabajar de sirvienta a la edad en que los niños de hoy empiezan a ir al colegio, murió sin pronunciar jamás una sola palabra en castellano. No es que se lo propusiera por razones políticas, es que no sabía hablarlo. Vivió todo el franquismo hablando catalán con todo el mundo, y lo habría hablado con el mismo Franco si lo hubiera tenido delante, menuda era. Si entendía el castellano era solamente gracias a TVE y a alguna copla que se le había quedado en la cabeza a fuerza de escucharla. Cuando alguien asegura que hoy en Catalunya no se puede vivir hablando solamente en catalán, lo llevo a visitar la tumba de la ‘iaia Quimeta’, y que le pregunte a ella.

Su marido, ‘l’avi Enric’, tenía en la inmediata posguerra un amigo funcionario, de los de ventanilla y manguito, que atendía a los payeses y obreros catalanes que necesitaban algo de la administración vencedora de la guerra. Contaba mi abuelo que si algún pobre hombre se dirigía a su amigo en catalán –quizá un labriego que, como mi abuela, no conocía otra lengua– este montaba en cólera, le insultaba, le amenazaba con pegarle “un par de hostias” y le recordaba a gritos que aquí se habla en cristiano, humillándole ante todos los allí presentes. Por supuesto, no le tramitaba lo que quiera que hubiera solicitado el infortunado, vuelva usted mañana. Por la tarde, al llegar al bar para jugar la partida, el colérico funcionario se sentaba a la mesa con una sonrisa, se frotaba las manos, y les comunicaba a mi abuelo y a los demás:

-‘Avui he fet un altre catalanista’.

Tengo la impresión de que la Administración catalana, incluido todo el Governet, está llena de funcionarios como el amigo de mi abuelo, pero al revés: en su caso pretenden –y a fe que lo consiguen– convertir el catalán en lengua cada vez más residual, transformándola en antipática por el sencillo método de imponerla. El amigo de mi abuelo, creador de tan eficiente sistema, debería de exigirles ‘copyright’. Después de cada nueva norma a favor del catalán, después de cada campaña contra algún desgraciado camarero que ha osado atender en castellano a un lacista, después de cada declaración jactándose de no cumplir la ley que obliga al 25% de castellano en la escuela, después de politizar la lengua hasta la náusea, imagino a los responsables de política lingüística llegando al bar para jugar la partida.

-Hoy hemos hecho otro montón de castellanohablantes.

Las cifras que se han hecho públicas esta semana sobre el uso del catalán en Barcelona hablan por sí solas, y dan fe de la eficaz política que está llevando a cabo el Governet para, a fuerza de querer imponerlo, convertirlo en residual. No es que a mí me importe, yo, como mi abuela, voy a seguir hablando y escribiendo catalán hasta el fin de mis días, y lo que venga después, no me atañe. Uno ve a toda esta gente inquieta por el futuro de la lengua catalana y llega a la conclusión de que, optimistas ellos, creen que van a vivir 200 años. O tal vez sea que el catalán, a diferencia de todas las demás lenguas, va a desaparecer de un día para otro, sus hablantes se van a despertar una buena mañana y el catalán habrá dejado de existir. Se habrán quedado mudos, ningún sonido saldrá de su boca, incapaces de comunicarse con el mundo. O peor todavía, obligados a hablar en castellano para hacerse entender. Un drama.

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