Artículo de Álex Giménez Imirizaldu

Vivienda, el arroz de la paella

Las sociedades en que los jóvenes se van de casa son sociedades avanzadas. ¿Cómo harán los nuestros para emanciparse a los precios que corren?

Alquiler piso

Alquiler piso / José Luis Roca

Alejandro Giménez Imirizaldu

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"(...) a la idea del hombre va constantemente unida la de su albergue que con tal motivo se designa con el muy significativo, muy propio, muy adecuado nombre de vivienda, es decir, que es su vida y el complemento de su ser."

Ildefons Cerdà, Teoría General de la Urbanización. Libro primero.

Se acercan las municipales. Entre hipos cortoplacistas locales y agonías bipolares del capitalismo global resucitan algunos debates urbanos. El derecho a la vivienda es de los más sensibles. Porque la casa se lleva la mayor inversión de una vida, el grueso de nuestro esfuerzo. Nos refugia convirtiéndose en una extensión de nosotros, de nuestra identidad. Por eso los desahucios desgarran, porque echar a alguien de su casa es amputar. El derecho a la vivienda da cobijo, además, a los otros derechos: Sin una cama y un grifo no se puede funcionar en la sociedad. Si no está usted empadronado, no vota. Pero su piso no es de usted. Es del banco. Y opera como garantía de crédito en operaciones financieras ignotas, en forma de asset, activo, patrón oro de economías transnacionales. Si la casa es pura mercancía ¿cómo hacer posible el derecho a la vivienda?

Un tercio de las familias de Barcelona vivimos de alquiler y dos, de propiedad, pero casi todos de mercado libre; la vivienda pública no alcanza el 2%. Eso no debería ser un problema si el mercado se autorregulase, pero las crisis demuestran que el mercado solo se regula a favor de los más ricos. Y cuando el mercado, amigo, ejerce su voracidad, ese 2% tiembla para cubrir a todos los que se ven empujados a la exclusión. Un millón de desahucios en España desde 2008. Las administraciones generales, tan diligentes en ejecutar los lanzamientos, despistan letárgicas la solución del problema. Lustros de retórica y parcheo asistencial desde patronatos, mesas, observatorios, consorcios, departamentos, direcciones, fomentos, consejerías y hasta ministerios –que los ha habido– de la vivienda. Poco arroz y arroz movido. Arroz perdido. 

Los economistas neoliberales más recalcitrantes admiten que la edad de emancipación y los índices de investigación, innovación y desarrollo son estrictamente paralelos. Las sociedades en que los jóvenes se van de casa son sociedades avanzadas. ¿Cómo harán los nuestros para emanciparse a los precios que corren? Viena tiene una proporción de vivienda asequible del 60%. Copenhague, el 30%. Berlín, París y Londres, cerca del 20%. ¿Y nuestras ciudades? Un 1,6% de media. -Claro, es la Europa rica-, me dirán. En Montevideo, Uruguay, disfrutan de un 4% de vivienda en régimen cooperativo. Más del doble que nosotros. 

Antes de que el fuego cruzado de campaña electoral se ponga insoportable y nos queme el arroz, me gustaría recomendarles una exposición y dos lecturas.

'Habitar Barcelona. Reptes, combats i polítiques al segle XX'. Muhba, Nau Oliva Artés, en el Parc Central del Poblenou. Se trata de un montaje expositivo que encaja bien con una de las rehabilitaciones más acertadas de los últimos tiempos en Barcelona. El catálogo, gratuito, recoge y resume los episodios expuestos, desde la huelga de alquileres a los retos metropolitanos, con la misma sencillez y eficacia.

Acaban de publicarse las 'Cròniques del fang, quan els diaris van donar veu als barris', de Jaume Fabre. Relata, con edición tupida y cuidada, el papel de la prensa progresista en apoyo de unos movimientos sociales que defendían la casa y la calle, de 1966 a 1983. Es como sumergirse en un túnel del tiempo, que se abre a nuevas perspectivas sobre el presente.

Por último, el libro de docurrelatos '¿Qué pinto yo aquí?', de Gala Pin, exconcejal de Participación y de esa trituradora de carreras políticas que se llama 'Districte de Ciutat Vella'. Pin escribe bonito, demasiado para algunas de las miserias que tiene que contar. Tal vez por eso el capítulo 'Violencia Inmobiliaria' se narra como una transcripción de documentos legales en devastadora secuencia.

Si la ciudad es una paella la vivienda es el arroz. Mucha mariscada se ha acumulado en algunos platos. Guarnición breve, blanca, hervida, al borde en otros. El arroz de la paella reparte el sabor de los ingredientes valiosos entre los comensales y admite un puñado más. Ahí reside su poder democrático.

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