La campaña militar (72) | Artículo de Jesús A. Núñez Villaverde

Rusia entre faroles y retiradas

Putin no logra ocultar las carencias que sufren quienes están en primera línea de combate, ni que se ve obligado a recurrir a suministradores como Corea del Norte e Irán para sostener una táctica de bombardeos masivos que buscan dificultar la vida diaria a los ucranianos

Un residente de Borivske, en la región de Járkov, pasa con su bicicleta sobre un puente destruido por los bombardeos

Un residente de Borivske, en la región de Járkov, pasa con su bicicleta sobre un puente destruido por los bombardeos / YEVHEN TITOV / AFP

Jesús A. Núñez Villaverde

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No es la primera ni será la última vez que Rusia lanza faroles que no se atreve a traducir en hechos. Y lo mismo ocurre cuando se trata de jugar al despiste con gestos que contradicen el discurso belicista y supuestamente victorioso de una invasión que hace aguas por todas partes.

Moscú creía, el pasado 29 de octubre, que el simple anuncio de que se desmarcaba del acuerdo que permitía la salida de cereales ucranianos a través del mar Negro iba a provocar una parálisis completa del tráfico, ante el temor de las navieras a sufrir un ataque en su tránsito hacia países que necesitan desesperadamente esos granos para cubrir sus necesidades más imperiosas. De ese modo, empleando la excusa de que un ataque previo contra sus buques en Sebastopol implicaba una inseguridad para cualquier movimiento en esas aguas, Putin calculaba que lograría poner fin a un acuerdo que desde julio ha permitido a más de 400 buques cargar sus bodegas en diferentes puertos del mar de Azov y del Negro para aliviar las penurias alimenticias de muchos países africanos y asiáticos.

Pero le ha salido el tiro por la culata. Turquía -en una nueva demostración de la capacidad negociadora de Erdogan-, junto a la propia Ucrania y la ONU, se han atrevido a organizar nuevos convoyes en dirección a Estambul, bajo la supervisión del Centro de Coordinación Conjunto. Una decisión que ha dejado a Moscú en una penosa situación por un claro error de cálculo, dado que en realidad no estaba dispuesto a asumir la oleada de críticas y condenas que hubiera supuesto un ataque directo contra alguno de esos buques. De ahí que, agachando la cabeza, Rusia haya declarado que vuelve al redil. Deja por el camino un retal más de su escasa credibilidad y de capacidad de disuasión, pierde una baza para renegociar la continuidad del acuerdo más allá del 19 de noviembre y muestra al mundo su insensibilidad con el problema de la hambruna, que afecta muy directamente a algunos rincones del planeta.

Tampoco parece que Putin esté manejando mucho mejor la batalla del relato. Por una parte, declara que ya ha completado la movilización decretada el pasado octubre, tratando de dar la impresión de que eso le ha servido para contener el avance ucraniano y consolidar sus posiciones en los 'oblast' que se ha anexionado. De igual modo, insiste en demandar un mayor esfuerzo a su industria de defensa para proveer el equipo, material y armamento que se necesita para alcanzar los objetivos propuestos. Pero en ningún caso logra ocultar las carencias de todo tipo que sufren quienes ya están en primera línea de combate, ni que se ve obligado a recurrir a suministradores como Corea del Norte e Irán para sostener a duras penas una táctica de bombardeos masivos que buscan dificultar la vida diaria a los ucranianos, machacando instalaciones de suministro de energía y agua, así como obligar a las fuerzas ucranianas a redesplegar sus medios para proteger a su población de ataques indiscriminados y a la capital de lo que pueda venir desde Bielorrusia. Del mismo modo, también son bien visibles las señales que dan a entender que Moscú ya da Jersón por perdido, al menos en lo que afecta al territorio en la orilla occidental del Dniéper. No solo ha llevado a cabo una evacuación de civiles que mejor cabría calificar de deportación -lo que le permite emplear las viviendas vacías para alojar a sus propios soldados desmoralizados-, sino que en su capital ya no hay presencia de militares rusos ni de las autoridades impuestas por Moscú. Suma y sigue.

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