La (falta de) autonomía de Feijóo
Cuando el llamado ‘efecto Feijóo’ ha empezado a desinflarse en los sondeos, las cañas se han vuelto lanzas
Rosa Paz
Periodista. Comité editorial de EL PERIÓDICO
Una de las acusaciones que el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, vierte, un día sí y otro también, contra Pedro Sánchez es que el único afán que mueve al presidente del Gobierno es volver a ganar las elecciones. Como si proclamarse vencedor en una contienda electoral no fuera el objetivo de todos los líderes políticos y de todos los partidos. El suyo propio, sin ir más lejos. De no ser por ello, por su intención de llegar a la Moncloa, no se entenderían sus vaivenes a la hora de pactar con el Ejecutivo —o más bien de evitarlo— o su empeño en descalificar todas las medidas que adopta el Gobierno, aunque estas las hayan aplicado antes políticos europeos nada sospechosos de izquierdismo, como Mario Draghi o Boris Johnson en el caso de los impuestos a las energéticas, o vayan a ser copiadas por el conjunto de la Unión Europea, como en el de la llamada excepción ibérica para frenar el precio de la luz. Que Feijóo critique esas políticas en España y las apoye en Europa es tan contradictorio que la única explicación lógica que se atisba es su intención de desgastar a Sánchez y, obviamente, de ganar los próximos comicios.
De no ser por puro cálculo electoral, tampoco se entendería que se hubiera presentado como un hombre de Estado cuando llegó al liderazgo del PP, mostrándose dispuesto a alcanzar acuerdos con Sánchez y dejando caer que por su parte no habría problema para, sin ir más lejos, renovar el Consejo General del Poder Judicial y que esas afirmaciones hayan ido quedando radicalmente desmentidas por los hechos. El último, la ruptura, por sorpresa, precisamente del acuerdo para nombrar a los nuevos consejeros del órgano de gobierno de los jueces y a los magistrados del Tribunal Constitucional. La excusa esta vez ha sido la intención manifestada por Sánchez de reformar el delito de sedición. Con esta nueva justificación, el PP suma ya una veintena de pretextos diversos para eludir el mandato constitucional que obliga a restablecer la legalidad y la legitimidad de una institución fundamental en el ordenamiento jurídico.
Es esta rectificación, cuando el pacto estaba a punto de anunciarse, la más reciente y la más grave, pero previamente el líder del PP se ha desdicho de otras declaraciones sobre la convivencia de las lenguas o sobre las nacionalidades, por citar algunas, que hacían albergar alguna esperanza sobre la manera en que parecía entender España. Viniendo de gobernar durante 13 años Galicia, una de las nacionalidades históricas que tiene además lengua propia, se le supone una mayor sensibilidad hacia la diversidad social, cultural y lingüística del país, esa que la derecha más centralista, radicada particularmente en Madrid, se niega a admitir.
Y ahí es donde parece que estriba el principal problema del liderazgo de Feijóo, en esa falta de autonomía personal y política frente a la derecha mediática, judicial, partidista y quién sabe si también económica. Cuando llegó fue arropado por todos. Todo fueron elogios a su madurez política, su capacidad de gestión y su liderazgo, y seis meses después, cuando el llamado ‘efecto Feijóo’ ha empezado a desinflarse en los sondeos, las cañas se han vuelto lanzas, sin que el líder del PP haya encontrado todavía la manera de zafarse de los condicionamientos de quienes se han empeñado en marcarle el paso.
Después de arrasar en las elecciones andaluzas, parecía que el PP y su líder habían encontrado un rumbo más templado. Con Vox en declive, se mostraban convencidos de que su estrategia les llevaría directamente al poder. Ahora, sin embargo, vuelven a estar confundidos. Las encuestas moderan sus expectativas mientras aumentan las de Sánchez y parece que Feijóo, tironeado por la lideresa madrileña, Isabel Díaz Ayuso, y la derecha mediática que la jalea, no sabe muy bien qué hacer. Dado que el líder del PP se ha sumado a esa campaña que intenta distinguir entre el sanchismo y un PSOE (verdadero), que solo existe en la cabeza de los que buscan deslegitimar al jefe del Gobierno, quizás debería aprender de aquel Felipe González, que hace 40 años ganó con mayoría absolutísima, que la autonomía es inherente al liderazgo. O de otros, como Winston Churchill, que a veces conviene decidir incluso contra el criterio de quienes te rodean.
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