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'Yo acoso'

Benditos documentales que, ya era hora, ponen el foco en el agresor y no solo en la víctima

Un niño con una mano extendida, en una protesta contra el abuso sexual infantil.

Un niño con una mano extendida, en una protesta contra el abuso sexual infantil.

Gemma Martínez

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Daniel Thompson, que fue un niño solitario y desconfiado criado en Kansas (EEUU), tenía 17 años cuando conoció a Angie, dos años más joven que él, en un campamento de verano. Se enamoraron, se casaron y tuvieron tres hijos. Él se volvió posesivo y violento con el tiempo. Cuando se enfadaba, la echaba de la cama al suelo y la obligaba a dormir allí. La violencia escaló y empezó a golpearla y a intentar asfixiarla con la almohada. Daba igual que ella llamara a la policía, lograra una orden de alejamiento o se mudara a una casa para mujeres maltratadas. Él siempre volvía y la encontraba, escondiéndose sin ser visto debajo de un coche o de la mesa de su oficina.

Condenado solo a ocho años de cárcel por robo e intromisión en el domicilio, Thompson salió de prisión y buscó nuevas relaciones con las que repetía el mismo patrón de comportamiento. Comenzaba con llamadas insistentes, controlando donde estaban las mujeres, presentándose en su casa continuamente y sin avisar e intentando estrangularlas.

Finalmente , y perdónenme por el spoiler, en uno de sus episodios más violentos, entró en casa de una de sus ex y mató a su pareja creyendo que era ella. Condenado a cadena perpetua, Thompson ha accedido a contar su historia en la serie que Netflix acaba de estrenar, Yo acoso. Producida y dirigida por la británica Alana McVerry, muestra los casos de Thompson y otros siete acosadores más y recuerda que cada año hay más de tres millones de incidentes de acoso en EEUU. Solo el 7% de los autores son detenidos.

La docuserie estremece y te rompe por dentro, como no puede ser de otra manera, cuando escuchas a acosadores reconocer sin pudor delante de la cámara que siempre pensaron «que podían hacer lo que quisieran» con una mujer y salirse con la suya, quedando impunes. También sientes mucho más que rabia cuando afirman que ojalá pudieran volver atrás en el tiempo y escuchar a quienes les decían que dejaran en paz a las mujeres. O cuando te piden que no los odies, que no son animales sino seres humanos que pueden cambiar.

Por todo ello, la serie es imprescindible. Ya era hora de que el foco de atención no se pusiera solo en las víctimas sino también en los agresores, los protagonistas de un patrón de comportamiento violento y agresivo que se repite a menudo y que todo el mundo debería conocer, detectar y denunciar.

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