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Las mujeres desafían a los ayatolás

Continúan las protestas en Irán 40 días después de la muerte de Mahsa Amini

Agencia ATLAS / Foto: Reuters

Albert Garrido

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La teocracia iraní enfrenta desde hace semanas el mayor desafío al régimen desde el triunfo de la revolución encabezada por el ayatolá Ruhollah Jomeini en 1979. La muerte de la joven kurda de 22 años Mahsa Amini cuando se encontraba bajo custodia policial, detenida por no llevar bien puesto el velo obligatorio (hiyab) que cubre la cabeza de las mujeres, ha desencadenado una serie ininterrumpida de manifestaciones, reprimidas sin contemplaciones por los custodios de la ortodoxia en un clima de descontento popular que, al menos en Teherán, rebasa con mucho los limites de una movilización promovida por una minoría de mujeres.

Los muertos habidos en la calle y la proyección exterior de la protesta dan fe de que algo diferente a lo conocido hasta ahora zarandea a la república islámica. La singularidad de la estructura del poder en Irán, con un líder espiritual y político a un tiempo (welayat faqih), situado por encima de las instituciones políticas del Estado y ajeno a todo control, somete los requisitos de un sistema político organizado a la tradición religiosa chií, que consagra la figura del líder espiritual como aquel que debe ejercer el poder en ausencia del imán oculto -el duodécimo en el árbol genealógico de la rama chií del islam (siglo VIII)- “porque posee el atributo de justo (faqih)”. Es, pues, una figura con una doble legitimación, política y religiosa, de acuerdo con el acervo cultural chií, que sirve hoy de justificación moral a un régimen totalitario y en manos del sector más radical por extremadamente conservador de los herederos de Jomeini.

La policía moral que detuvo a Mahsa Amini es el brazo ejecutor de una vida pública en cuyo seno los derechos de la mujeres tienen una vigencia meramente instrumental para aquello que son necesarios -en la economía, en la sanidad, en la educación-, pero se diluyen en cuanto cruzan la frontera de la necesidad inmediata. De ahí la triste odisea que vive la escaladora Elnaz Rekabi, cuya situación y paradero se desconocen, que osó participar en una competición internacional sin cubrirse la cabeza con el preceptivo velo. Tomara o no esta decisión para sumar su imagen a la de las manifestantes en Irán, el simple hecho de saltarse la exigencia del hiyab la convirtió en víctima propiciatoria de las disposiciones de un régimen que sistemáticamente convierte a las mujeres en ciudadanas de segunda categoría, con un estatus social varios escalones por debajo del de los hombres.

“Irán está inmerso en la que puede ser su crisis más grave”, asegura el profesor Amin Saikal, un reputado especialista, autor entre otros de Iran rising: the survival and future of the Islamic Republic (Irán en ascenso: la supervivencia y el futuro de la República Islámica). En un artículo publicado a principios de mes por varios medios, recuerda Saikal que el líder espiritual Alí Jamenei, sucesor de Jomeini, optó por el pragmatismo cuando “percibió que tanto su autoridad como los instrumentos de poder del Estado estaban seriamente amenazados” y apoyó el acuerdo nuclear con Estados Unidos de 2015. “Lo que Jamenei no ha logrado comprender -añade- es que con el paso del tiempo llegaría una nueva generación de iranís que no recuerdan la revolución de 1979, ni guardan lealtad a la república islámica, especialmente a causa de que este régimen no les ha brindado buenos servicios. A pesar de las riquezas que posee Irán, en especial sus enormes reservas de petróleo y gas natural, alrededor del 40% de los iranís viven por debajo del umbral de la pobreza”.

El grueso de las manifestantes forma parte de esa generación que nada tiene que agradecer a los ayatolás y que, en cambio, tiene muchas razones para reprocharles el blindaje de un régimen represivo que deshonra al islam con sus arbitrariedades de todos los días. Porque la ijtihad chií, que abre la puerta a interpretar con sensibilidad de hoy el mensaje coránico, es la herramienta utilizada por todas las estructuras de poder, tuteladas por los clérigos en la cúspide, para perpetuar un sistema minado por la corrupción y la arbitrariedad.

Cuando hace una década el presidente Mohamad Jatami, surgido de las filas del régimen como cuantos le precedieron en el cargo, intentó poner en marcha un cierto grado de reformismo se encontró con la oposición del ala radical, que frustró su proyecto, un ejercicio de pragmatismo yugulado definitivamente por Mahmud Ahmadineyad y por sus sucesores. Se da así una situación permanente de bloqueo en una sociedad en la que la juventud constituye el 65% de la población: es impensable la quiebra de la república islámica, incluso en una atmósfera de crisis prolongada como la de ahora, y es asimismo verosímil que se multipliquen los episodios de protesta, de reclamación en la calle de cambios profundos, y la respuesta sin contemplaciones de un poder cuyo último aliado oportunista es Rusia, que compra a Irán los drones suicidas que utiliza en la guerra de Ucrania.

En ese intrincado laberinto llama la atención el poco partido que saca a la crisis iraní el islam suní, enormemente mayoritario en los países árabes, que han hecho de Irán su gran enemigo, inducidos a hacerlo por Arabia Saudí. La explicación a tal pasividad o actitud contemplativa es el temor a que el dinamismo de la protesta de las mujeres en Irán contagie a sociedades como las árabes, sometidas a los designios de regímenes autocráticos. Sigue vigente la opinión manifestada por un jerarca saudí en una reunión de la OPEP en Viena: “Con una primavera fue suficiente”. Se refería, claro, a las primaveras árabes de hace más de una década, cuya simple memoria destempla a los socios de la Liga Árabe, de Marruecos a Irak.

Ese recuerdo incluye el papel desempeñado por las mujeres en las primaveras, singularmente en las de Túnez y Egipto, su dinamismo en las redes sociales y su implicación en cuanto sucedió en plano de igualdad con los hombres. En esa línea, la artista iraní Nazanin Pouyandeh ha subrayado en las páginas de Le Monde la progresiva incorporación a la movilización iraní de hombres jóvenes: “Protestan porque saben que su libertad depende de la libertad de las mujeres”. Dicho de otra forma: las mujeres iranís se han convertido en agitadoras políticas principales de una crisis que los clérigos nunca creyeron tener que abordar.

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