Bailad, bailad, ‘malditos boomers’
Somos especímenes correosos, peleones, currantes y, a la vez, muy hedonistas: ardieron las pistas de baile
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Como en España íbamos a rebufo, la generación ‘boomer’ es aquí un poco más tardía que en el resto del mundo occidental y comprende a los nacidos entre 1958 y 1977; o sea, a quienes contamos ahora entre 64 y 45 abriles. En ese lapso, la relativa prosperidad se tradujo en un bombazo demográfico: 13 millones de nacimientos, bum, el doble que en las dos décadas anteriores. Somos legión. Una extensa camada cuyos padres venían de la posguerra, la emigración, el esfuerzo y el ahorro, sobrevivientes que nos enseñaron a besar el pan caído al suelo. «O estudias o te pongo a trabajar mañana mismo». Por lo menos, entonces sí había curro. Las chicas ingresamos en el mercado laboral cuando en el DNI de nuestras madres decía «sus labores». Hemos pasado varias crisis. Somos especímenes correosos, peleones, currantes y, a la vez, muy hedonistas: ardieron las pistas de baile.
‘Los cinco y yo’
Como la horquilla es tan amplia, conviven varios subgrupos dentro de la tropa, como el batallón zapador del medio, el saco de los que, cuando Franco murió, el 20 de noviembre de 1975, acabábamos de cumplir 10, 11, 12 años; teníamos la edad de Los Cinco, los protagonistas de las historias de Enid Blyton, como bien relata Antonio Orejudo en ‘Los Cinco y yo’ (Tusquets). Disfruté muchísimo la lectura por identificación con lo que el novelista, nacido en 1963, plantea: aquella marabunta de niños no tuvimos protagonismo alguno en la transición: «Éramos demasiado jóvenes para andar pensando en ocupar posiciones de poder y la Gran Recesión nos ha pillado demasiado viejos para protagonizar el relevo». Somos furgón de cola. Hemos llegado tarde a casi todo. Carecemos de narrativa.
Un par de domingos atrás, saqué el tema en un almuerzo ‘boomer’, pero no me hicieron maldito caso; estábamos ya con los cafés y el 'jajá'. Eso sí, convinimos en que cuando nos toque cobrar la pensión —el grueso generacional se jubilará en 2030— entonces sí que vamos a ‘bailar’, la coctelera agitando llena de soda y vermú.
Vivir en disidencia
El sábado venía en ‘Babelia’ una entrevista con la escritora Virginie Despentes (Nancy, 1969). Decía que su generación —o sea, la mía— está «en situación de derrota», que en este momento engrosamos en «el bando de los perdedores» y que deberemos aprender a vivir «en disidencia». Al mismo tiempo, afirmaba que los jóvenes, a quienes hemos dejado solos frente al abismo de las redes sociales, no están dispuestos a vivir una vida que sea un asco. No sé… Desde luego, se impone una relectura del modelo. Son tantos los frentes abiertos —¿hasta cuándo aguantará el planeta las presiones?— que su incumbencia trasciende la mirada generacional.
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