Tribuna

¡Que vienen los socialistas!

Ahora tenemos un gobierno que arrastra los pies sin poder ir a ninguna parte, sometido al vaivén de los intereses de los demás partidos, vulnerable, inestable y poco representativo. Nada puede ser peor, venga quien venga en las próximas elecciones

El líder del PSC, Salvador Illa, durante la entrevista con EL PERIÓDICO

El líder del PSC, Salvador Illa, durante la entrevista con EL PERIÓDICO / FERRAN NADEU

Pilar Rahola

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Uno de los argumentos más pueriles que he escuchado estos días, para justificar el mantenimiento de un Govern en precario, es que, si vamos a elecciones, "ganarán los socialistas". Es el típico recurso de la amenaza del lobo, por decirlo en la versión 'nostrada' de Guimerà. El PSC ya usó ese "miedo" político como lema electoral en el 2008, con esa famosa frase ideada por José Zaragoza -'Si tú no vas, ellos vuelven'-, que tan buenos resultados dio a Carme Chacón. El lema, grabado en un fondo rojo con las imágenes de Rajoy, Acebes y Zaplana, era tan impactante como el empleado por ERC en 2019, en un calco de la vieja campaña socialista. "Si tú no vas, ellos vuelven", decían los republicanos, esta vez con el añadido del pronombre adverbial, y las caras de Sánchez, y Rivera.

El miedo, pues, como reclamo en negativo, entendido como un revulsivo más poderoso que la seducción de los propios argumentos, de manera que es más importante evitar que unos gobiernen que decidir quién quisiéramos que nos gobernara. Ese triste recurso, que puede ser muy eficaz en términos electorales, es el síntoma de una enorme debilidad democrática. Tanto si se utiliza para ganar votos como para justificar el mantenimiento del poder (cuando se han perdido los miembros que lo sostenían), en todos los casos denota una pobreza argumental propia del infantilismo político. En el juego democrático, el éxito de una opción política no se puede sostener con el argumento de que los demás son peores, porque entonces no solo se muestra la pobreza dialéctica sino que se reduce la confrontación de ideas al puro maniqueísmo.

Y es en estos términos maniqueístas como los republicanos justifican mantenerse en el Govern y no tomar la única decisión que parecería responsable, la de ir a elecciones. "Si las convocamos, vendrá Salvador Illa", aseguran 'sotto voce', en tono de amenaza. En cualquier país del entorno democrático, cuando un presidente pierde, en solo 16 meses, todas las alianzas que le invistieron, y no es capaz de construir ninguna nueva mayoría, debe convocar elecciones inmediatamente, para no someter a los ciudadanos a una precariedad agónica. Pero en esta Catalunya de las maravillas, donde los argumentos se retuercen hasta el delirio, se puede vender como un acto de responsabilidad, lo que no es más que una grave irresponsabilidad.

Ningún país puede ser gobernado por un partido que no ganó en votos y tampoco ha retenido a la mayoría parlamentaria, relegado a una soledad extrema. No puede hacerlo, no solo porque resulta éticamente reprobable sino porque hace un daño inevitable a los intereses del país. Por decirlo de forma cruda, el Gobierno del 'president' Aragonès representa a una minoría de una minoría, por lo que ha dejado de ser representativo. Claro que puede aguantar en el poder 'in extremis', jugando a 'la puta i la Ramoneta' de la geometría variable, o canjeando intereses de partidos sin demasiados escrúpulos -como ocurrió con el cambio de cromos entre ERC y Comuns en el Ayuntamiento de Barcelona-, pero esto, aparte de una estafa a los votantes, es un desastre desde la perspectiva ciudadana. Tener un presidente y un Govern que practican el famoso 'culo de hierro' de Berlinguer solo significa una cosa: que la ambición por el poder y el interés de partido está por encima del bien público. Es cierto que esta prioridad de los intereses propios por encima de los públicos es común a todas las formaciones políticas, pero incluso en la desvergüenza existen límites.

Y el argumento del miedo al lobo -o a Illa-, para tranquilizar al universo independentista, no puede ser más patético. Catalunya no debe ser tutelada por un partido mesiánico que quiere salvarle del coco, sino por la fuerza política que consiga los votos y las mayorías que le den solvencia. Y si esto lo consigue Salvador Illa, o el 'sursum corda', sea quien sea, siempre será un Gobierno mejor, sencillamente porque representará la voluntad ciudadana. Como lo representaba el Gobierno de coalición, hasta que saltó por los aires. Ahora tenemos un gobierno que arrastra los pies sin poder ir a ninguna parte, sometido al vaivén de los intereses de los demás partidos, vulnerable, inestable y poco representativo. Nada puede ser peor, venga quien venga en las próximas elecciones.