Artículo de Salvador Macip

Cómo hacer que la política y la ciencia se entiendan

Política y ciencia son malas compañeras de viaje, pero el IBEC es un ejemplo de que dos mundos tan diferentes pueden llegar a coordinarse para conseguir un objetivo con un beneficio social evidente

Una científica trabaja en su laboratorio

Una científica trabaja en su laboratorio

Salvador Macip

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La semana pasada se celebró el 15º simposio del IBEC, el Institut de Bioenginyeria de Catalunya, bajo el lema ‘Bioingeniería por un envejecimiento saludable’, que fue precedido por la celebración del 70º aniversario del doctor Josep Antoni Planell, primer director del IBEC y actual rector de la UOC. El IBEC es un instituto de investigación único en el panorama nacional, y también en el ecosistema europeo, porque ha sido capaz de reunir a científicos de disciplinas muy diferentes para trabajar juntos en el campo de la salud en líneas de investigación altamente innovadoras.

Cualquiera que no fuera experto y hubiera asistido al simposio habría pensado que estaba en un congreso de ciencia ficción, porque los temas parecían salidos de una novela más que de un laboratorio. Esta es la sensación que produce oír hablar de fotofarmacología, optogenética, biorobots, células sintéticas, nanomedicina o tejidos en un chip. Pero todo esto son realidades. Las aplicaciones de estas tecnologías punteras pueden ser diversas, desde proponer nuevas formas de hacer llegar fármacos a las células que los necesitan hasta proporcionar nuevos modelos para estudiar enfermedades en los laboratorios. Esto puede utilizarse en problemas tan diferentes como el cáncer, el alzhéimer o incluso infecciones.

Estos avances rompedores pueden revolucionar la atención sanitaria en las próximas décadas, y es importante que uno de los centros de mayor reputación internacional en estas áreas esté en Barcelona. Ahora es fácil entender que el futuro de la biomedicina es multidisciplinar (o, mejor aún, transdisciplinar), pero esto no era tan evidente hace 20 años, cuando empezaban a plantarse las semillas del IBEC. Su éxito se debe a la persistencia de visionarios como el doctor Planell y el doctor Josep Samitier, el actual director, que tuvieron la idea original de juntar físicos, químicos e ingenieros con biólogos para explorar nuevos territorios de la biomedicina, y trabajaron duro para convertirla en realidad.

Pero también se necesitaron visionarios al otro lado, en el campo de la gestión pública, que fueran capaces de darse cuenta de la importancia del proyecto y asegurarle los recursos que necesitaba. En los actos del IBEC, tuve el honor de participar en una mesa redonda, moderada por el doctor Ramon Gomis, con dos políticos que fueron clave en el nacimiento y consolidación del IBEC, los doctores Andreu Mas-Colell y Marina Geli, que supieron ver qué hacer para apoyar la iniciativa. Pese a que, cuando el IBEC daba sus primeros pasos, Mas-Colell y Geli fueron consejeros sucesivos de partidos y áreas diferentes (de Universitats y Salut, respectivamente), trabajaron en un mismo sentido para alimentar un proyecto que requería un plan a largo plazo, lo que suele chocar con los intereses y tempos habituales de la política. Ahora nos encontramos, una vez más, en un momento de inestabilidad y cambios, con consejerías que no se hablan entre ellas y consejeros que entran y salen dejando programas a medias. Es un ambiente nocivo para proyectos de larga duración, como todo lo que se hace en ciencia.

Como se dijo en el simposio, utilizando un símil deportivo, el IBEC nació con el objetivo de jugar la Champions, y realmente lo hace, a pesar de las limitaciones intrínsecas que tiene nuestro sistema. El problema nunca ha sido atraer talento, sino encontrar la financiación adecuada para permitir que pueda trabajar al máximo rendimiento. No es posible ganar ligas europeas con presupuestos de segunda división. En este sentido, dependemos sobre todo de fondos europeos para realizar la ciencia más disruptiva.

Tal y como señaló el doctor Mas-Colell, no solo debería incrementarse la financiación estatal, un déficit histórico que costará revertir, sino atraer financiación de empresas y fundaciones que, en países como Reino Unido, donde el presupuesto público en porcentaje no es mucho más elevado que el nuestro (del 1,4 al 1,7% del PIB, por debajo de la media europea del 2,3%), han sabido hacer crecer suficiente para ser más competitivos. Este es otro proyecto que requeriría esfuerzos combinados de políticos de varios colores con suficiente inteligencia para pensar más allá de su posible mandato y sin querer deshacer lo que han hecho sus predecesores.

Política y ciencia son malas compañeras de viaje, pero el IBEC es un ejemplo de que dos mundos tan diferentes pueden llegar a coordinarse para conseguir un objetivo con un beneficio social evidente. Solo necesitamos más visionarios a ambos lados para poder completar estas iniciativas esenciales que requieren años para madurar.

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