‘Argentina, 1985’: La heroicidad colectiva
Sobre la película que protagoniza Ricardo Darín en el papel del fiscal Strassera
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
—Hay una cosa que a mí no me queda clara -dice la mujer.
—Silvia, por favor… No me pongas de mal humor, dale -replica el hombre.
—Yo no entiendo si vos estás así…
—Silvia.
—…porque tenés miedo de que la "cosa" no se haga.
—¡Por favor, Silvia!
—O porque tenés miedo de que la «cosa» sí se haga […]. Creo que lo que pasa es que estás cagado en las patas.
—Por supuesto que estoy cagado en las patas. ¡Por supuesto!
Esta es una conversación ficticia, basada en hechos reales, que tiene lugar en Buenos Aires, en el salón de un piso de clase media, entre una pareja corriente y moliente. La "cosa" sobre la que discuten podría ser un volantazo profesional, una operación trascendente (financiera o a corazón abierto) o incluso, de una forma algo retorcida, podrían estar abordando la eventualidad de su propio divorcio. Sin embargo, están hablando sobre la inminencia de un juicio, sobre la primera vez en la historia universal en que un tribunal civil condenó a una dictadura militar.
El diálogo pertenece a la película ‘Argentina, 1985’, del director Santiago Mitre, que la plataforma Amazon Prime Video estrenó el viernes por la noche. Me quedé hasta las tantas viéndola. De nuevo, el actor Ricardo Darín lo borda: está espléndido en el papel de Julio César Strassera, el fiscal que se atrevió a exhibir las atrocidades de la dictadura militar argentina (1976–1983) y logró sentar a los tiranos en el banquillo.
La gravitación del mundo
¿Qué hace un hombre normal cuando le cae semejante peso encima? Pues atiborrarse de café, fumar como una rata, escuchar una y otra vez la obertura de ‘Tannhäuser’, de Wagner, y tirar hacia delante, aunque sea cagado de miedo. En poquísimo tiempo, tan solo 17 semanas, Strassera y Luis Moreno Ocampo lograron montar un equipo de gente joven, sin lastres de filiación política, para que los ayudaran a peinar Argentina de cabo a rabo con el fin de recabar testigos contra las juntas militares.
Lo mejor de ‘Argentina, 1985’ es la épica del hombre gris, un funcionario de tribunales, un prócer sin estatua ni caballo de bronce, un héroe a contrapelo que puso el pecho, pero que no sería tan heroico sin su familia, sin esa compañera (la interpreta la actriz Alejandra Flechner) que lo espolea, que lo desafía, que lo acompaña sin ser una mera figurante. Y luego, el coro griego de la sociedad argentina, el consenso democrático que generó el Gobierno de Raúl Alfonsín. En realidad, no es Strassera quien escribe el alegato final, sino una mano colectiva: «El sadismo no es una ideología política ni una estrategia bélica, sino una perversión moral». Una película muy oportuna: volver a hablar de democracia justo ahora, cuando sus valores están amenazados.
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