Artículo de Albert Garrido

La dimisión de Truss | Un síntoma de decadencia

Los vaticinios sobre el coste que iba a tener el Brexit se cumplen día tras día, y ha hecho el resto la inadecuación de las medidas para contrarrestar la desconexión del mercado único europeo, junto con la impericia de gobernantes instalados en un universo irreal

Liz Truss, seis semanas de gobierno

Liz Truss, seis semanas de gobierno / STEFAN ROUSSEAU

Albert Garrido

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La cuenta atrás de la dimisión de Liz Truss empezó a correr el mismo día en que el Banco de Inglaterra tuvo que acudir al rescate de la libra, herida por la primera ministra en cuanto dio carácter oficial a un programa económico entre ultraliberal y desnortado, ajeno a la realidad de un momento extremadamente difícil para el Reino Unido, atrapado entre las consecuencias del Brexit y la crisis en curso que zarandea Europa. La insólita brevedad de la estancia de Truss en el 10 de Downing Street es la culminación de la cadena de despropósitos que se inició con la convocatoria por parte de David Cameron del referéndum sobre la permanencia en la UE, siguió con el mar de dudas y la inoperancia que atenazó a Theresa May y desembocó en el caos con la apabullante victoria electoral de Boris Johnson y su no menos apabullante capacidad para la extravagancia.

Era imposible que Truss siguiese un día más en el cargo después de prescindir de Kwasi Kwarteng, supuesto ideólogo de su programa económico, de concretarse la dimisión de Suella Braverman, ministra del Interior, y de que se multiplicaran en los Comunes las voces conservadoras pidiendo la dimisión de la ‘premier’, muchas de ellas en sintonía más que nunca con los custodios de la City. “No necesitamos más Cirque du Soleil”, dijo el miércoles un empresario, escamado como la mayoría de actores económicos por el gusto por la improvisación de Johnson y por la absurda pretensión de Truss de recortar los impuestos en 60.000 millones de euros y, se supone, de endeudarse hasta las cejas.

La búsqueda de certidumbres será la primera misión de quien el día 28 suceda a Truss si se cumplen los plazos para abreviar al máximo el procedimiento de reemplazo. De momento, 44 días –solo 44 días– han sido suficientes para sopesar el empequeñecimiento de un país que ocultó por última vez sus carencias con el resplandor del protocolo funerario activado para despedir a Isabel II. Porque los vaticinios sobre el coste que iba a tener el Brexit se cumplen día tras día con matemática precisión, y ha hecho el resto la inadecuación de las medidas para contrarrestar la desconexión del mercado único europeo, junto con la impericia de gobernantes instalados en un universo irreal. Inspirarse en medio de la tempestad en las recetas de Margaret Thatcher ha sido la traducción práctica de la falta de adaptación al medio que ha precipitado el descalabro de Liz Truss.

La mejor salida del laberinto sería convocar elecciones y ventilar la política británica, pero la negativa conservadora a hacer tal cosa, visto lo que pronostican los sondeos, también forma parte del descalabro, aunque se antoje poco menos que inevitable que la legislatura venza abruptamente mucho antes de 2026. Porque sea quien sea el sucesor de Truss –la lista de aspirantes no es corta– deberá pechar con la sensación de decadencia y vulnerabilidad que acompaña desde hace años a los inquilinos del número 10, incapaces de ajustar su discurso al pragmatismo que tantas veces caracterizó a muchos de sus antecesores.

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