Liz Truss en el laberinto populista
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
Albert Sáez
Cameron, May, Johnson, Truss... Esta es la lista de víctimas del Brexit. Uno a uno, los dirigentes y primeros ministros conservadores han caído fagocitados por un partido que no sabe lo que quiere. Necesitados de hacerse un hueco entre el populismo de Farage y la modernidad de Clegg, huyeron hacia adelante proponiendo un referéndum para salir de la Unión Europea. Y acudieron a la votación divididos, porque muchos de los dirigentes y votantes conservadores lo apoyaron como instrumento de negociación ante los socios comuniatrios. Un poco como Mas en Catalunya. Pero allí el cántaro se rompió del lado de la salida. Y desde entonces no saben qué hacer. La vida fuera de la UE, en la jungla que dice Borrell, es muy dura, especialmente si has vivido en el jardín. La cimentación de los consensos británicos (la corona o el enfrentamiento con Bruselas) flaquea. Nadie quiere hacerse responsable de los problemas de los británicos. Y las soluciones mágicas con las que Truss se zampó a Johnson se las han comido los mercados financieros con patatas. Por unas horas, la libra esterlina fluctuó al ritmo de la deuda griega en 2009 o 2010. Ante el riesgo de impago, la City quiere tijeras y mano dura, no thatcherismo de baja intensidad. Son las reglas que tanto han alabado los conservadores británicos, precisamente.
Lo ocurrido en Gran Bretaña proporciona lecciones para otros muchos países de Europa. Algunas son estas: por muy mal que funcione la UE, la vida exterior es mucho peor; culpar de los propios males a un tercero acaba pasando factura: no hay soluciones fáciles a problemas complejos como la pandemia o la inflación derivada de la guerra; desacreditar a las personas por el fracaso de sus políticas conduce al cainismo y a la autodestrucción de la clase política; si se quiere negociar, hay que negociar y no extorsionar, esto vale para apoyos políticos, coaliciones de gobierno o socios comerciales; poner al que grita más al frente de los proyectos no asegura su viabilidad. Los 'tories' llevan años suicidándose políticamente. Ahora les quedan pocas salidas. Quizás la que les proporcionaría la muerte más rápida es convocar elecciones que, por primera vez en mucho tiempo, podrían ganar los laboristas, exhaustos tras los devaneos de Tony Blair. Aún puede ser todo peor.
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