Artículo de Marc Lamuà

Una fotografía

Los diferentes gobiernos independentistas no han cumplido casi ninguna promesa y la gestión del día a día ha estado comprometida, como no lo había estado nunca antes en democracia

Gemma Geis.

Gemma Geis. / Ferran Nadeu

Marc Lamuà

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

No recuerdo dónde vi por primera vez la fotografía del traspaso de la 'conselleria' de Universitats entre Gemma Geis y Joaquim Nadal. Si entras en un buscador en Internet hay unas cuantas. Desde la pantalla, el ambiente parece distendido e incluso divertido. La segunda cuestión que me ha sorprendido es que Geis, que es quien abandonaba la 'conselleria', incluso ríe más que Nadal, que es quien ocupará la responsabilidad a partir de ahora.

Por otro lado, el 19 de octubre, en el Parlament de Catalunya, Salvador Illa recordaba que no son importantes los políticos y que, en cambio, sí que lo son las políticas. Esto me hizo pensar en una de las clases en Girona de hace unos años, cuando un alumno me dijo que no le interesaba la política. “En todo caso, hagas caso o no, la política te impactará y tendrá grandes consecuencias en tu vida”, le contesté. A las puertas de este invierno inestable, la importancia de las políticas se hace más evidente que nunca.

Los diferentes gobiernos independentistas en Catalunya durante los últimos doce años no han cumplido casi ninguna promesa y la gestión del día a día ha estado comprometida, como no lo había estado nunca antes en democracia, a causa de la permanente excepcionalidad que se ha impuesto durante el tiempo que duró el 'procés'. Por si todo esto no fuera suficiente, el espectáculo del Gobierno catalán de estos últimos meses ha sido nefasto. El Gobierno actual de ERC, falto de apoyo parlamentario, tampoco puede presentar ningún éxito ni en políticas de progreso, ni de igualdad de oportunidades, ni en salud pública, ni en educación ni en universidades.

Catalunya era la primera comunidad de PIB per cápita, hoy no lo es. Tampoco es la segunda ni la tercera. El presidente Pere Aragonès ha querido esconder esta realidad con un espectáculo donde personas conocidas entran en el nuevo gobierno y lo digo de este modo porque él ha estado quién lo ha definido como el gobierno del 80%. Para insistir en esta idea, Aragonès ha introducido personas en el Ejecutivo que tienen un gran prestigio, el cual había sido obtenido por su trabajo y por el de un colectivo mucho más amplio otras personas. Así, se aspiraba a esconder una tristísima realidad de país, que es que en un momento tan importante como este, nadie puede pretender gobernar con un apoyo del 21,3%. El PSC de Salvador Illa tiene más votos que todo el Gobierno de Catalunya.

Algunos políticos de Girona han tenido mucha influencia en la política catalana. Esto me ha hecho pensar que la estrategia de utilizar nombres para que no se hable de las políticas quizá tuviera este origen. Albert Ballesta fue alcalde de Girona con el número diecinueve de la lista y, unos cuántos días después, fue cambiado por Marta Madrenas. Ahora, Assumpció Puig también ha sido apartada poco tiempo después de haber aceptado ser candidata. Junts está a la espera de unas nuevas primarias y espera que, esta vez sí, produzcan el resultado esperado. Quien ya no está en el Parlament ni en el Gobierno es Gemma Geis, así que posiblemente ahora sí que verá bien presentarse en Girona.

Visto con perspectiva, la mayoría convendrá que este es un espectáculo lamentable. No obstante, en el mundo de las bienvenidas y de las despedidas quizás todo se vuelve tan emocional que hace perder el mundo de vista. Quizás, por eso, en aquella fotografía, nadie se dio cuenta que el instante era bastante triste. Hace mucho tiempo que la mayoría de catalanes tiene constancia que el gobierno de Junts y ERC no funciona ni poco ni nada. Desde hace unas semanas, también lo manifiestan todas las ramas, tendencias y sensibilidades del antiguo mundo de Convergència i Unió. Las políticas están ausentes y las fotografías distraen el instante, pero esta brillantez banal con el tiempo se convierte en un ejemplo más de una evolución muy torcida.