Charlar por necesidad
En todas las casas y en toda familia es necesario la interlocución
Álex Sàlmon
Periodista. Director del suplemento 'Abril' de Prensa Ibérica.
Todos buscamos personas con las que 'interlocutar'. Necesitas amigos o enemigos con los que poder tener una conversación y mantener una relación hablada, sea para relatar momentos que hayan ocurrido o para debatir. Es una necesidad del ser humano. Hasta de los solitarios, o de los que van de solitarios como el que escribe.
El verbo 'interlocutar' no existe para la RAE. Fundéu, por ejemplo, siempre más abierta, lo acepta y cita a Ecuador y Colombia como países donde se utiliza. Sin embargo, en todas las casas y en toda familia es necesario la interlocución.
Uno de mis vecinos más longevos, ya fallecido, se marchó como no había vivido. Era de departir, de tardes de cartas con los amigos hasta altas horas de la noche, de discusiones políticas o de vida. Poco a poco la cuadrilla fue desapareciendo. Eran seis. Él quedó el último y una inmensa tristeza lo invadió.
De nada sirvió que los hijos, unos cuantos cuando los sumas, intentáramos añadirlo a nuestros grupos de conversación. No había contexto, ni ganas, por su parte. Habían desaparecido todos sus interlocutores. No quedaba nadie con los que referir los detalles del día.
La vida es una busca continua de interlocutores. Precisamos de aquellos que nos entienden y a los que les podamos contar nuestro mundo. Los públicos y, si hay suerte, los privados. Pero no con todos. Son decisiones de piel. Con este te haces y con este otro, no. En ocasiones, nos equivocamos. Las químicas no siempre funcionan. Pero da igual. Se trata de compartir y sentirse escuchado, ya no siempre comprendido.
En las timbas de mi vecino, donde se jugaban garbanzos, y en ocasiones, según en casa de quién, fichas de los casinos más famosos compradas en El Corte Inglés, nadie comprendía al otro. Se discutía y punto. Se hablaba y ya. Se reía y se deponían gobiernos. Los de Adolfo Suarez o de Felipe González. Todos eran interlocutores únicos de sus opiniones. Sin bandos. Por ello, mi vecino murió huraño y triste después de una vida llena de carcajadas. Lánguido porque le faltaba el oxígeno de explicarle a los suyos la vida.
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