Tribuna

Inacción ante la crisis climática: la rebelión de los científicos

No actuar en el presente no es una irresponsabilidad y una inconsciencia, es una maldad intrínseca

Activistas climáticas tras lanzar sopa de tomate contra 'Los Girasoles' de Van Gogh en la Galería Nacional de Londres

Activistas climáticas tras lanzar sopa de tomate contra 'Los Girasoles' de Van Gogh en la Galería Nacional de Londres / Just Stop Oil/PA Media/dpa

Pilar Rahola

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En este tiempo de reinado viral, donde cualquier imagen en el Tick Tock influye más que una noticia en 'prime time', no resulta descabellado imaginar a los científicos convertidos en activistas de impacto. La imagen perturbadora y viralizada por las redes es en estos momentos más poderosa que miles de documentos o de ruedas de prensa. Eso mismo debe de pensar el centenar de científicos, climatólogos, ecólogos y académicos de 12 países que integran la Scientist Rebellion, la organización que acaba de anunciar una serie de acciones de desobediencia civil no violenta en Alemania contra el cambio climático.

Estas acciones se añaden a otras previas, como la protesta, el pasado mayo, de encadenarse en el edificio de JPMorgan en Los Angeles, a modo de denuncia por la financiación de los combustibles fósiles por parte del banco. O la acción de echar pintura roja a las puertas del Congreso de los Diputados, el pasado abril. Ahora han escogido Alemania, donde, bajo el lema Unite-Against-Climate-Failure, actuarán en coalición con otras organizaciones de denuncia, como Last Generation, Debt for Climate y End Fossil Occupy, el grupo que se ha realizado mundialmente famoso por lanzar un bote de sopa de tomate contra 'Los Girasoles' de Van Gogh. El motivo de hacerlo en Alemania se debe a que se trata de una economía fuerte que se beneficia de la quema masiva de combustibles fósiles y de la explotación de recursos, pero "fracasa en la consecución de los objetivos climáticos y la protección de la biodiversidad ".

"Queremos que Alemania reconozca que es imposible mantener la meta de frenar el aumento de un 1,5º este siglo", asegura uno de los organizadores, el científico de la NASA Peter Kalmus, con la convicción de que reconocer el fracaso es la forma empezar a actuar. Convencidos de que el Acuerdo de París está en quiebra, de que los estados no asumen la gravedad de la situación y de que los miles de informes que demuestran el cambio climático no sirven para nada, han decidido pasar a la acción. A partir del domingo, los científicos dejarán la bata blanca y ocuparán la calle.

La situación

Ciertamente, los indicadores son tan alarmantes que incluso han convencido al primo de Rajoy, aquel que sabía que no había cambio climático: la población del planeta llegará en 2023 a los 8.000 millones de personas; la mitad de la población (incluyendo nuestro país) está en zona altamente vulnerable a las consecuencias del calentamiento; en menos de 30 años la temperatura promedio de la superficie de la tierra ha aumentado en 1'1º; las capas de hielo en Groenlandia y la Antártida han disminuido en masa y los polos han pasado de perder 81.000 millones de toneladas de hielo por año a perder 500.000 millones; los glaciares se están retirando, mientras disminuye la capa de nieve en todo el mundo; las sequías aumentan de forma exponencial; el anticiclón de las Azores, responsable del clima en Europa, tiene cada vez un comportamiento más errático y violento; y, en definitiva, todos podemos notar cómo se alargan las estaciones, aumentan los fenómenos meteorológicos extremos y el calor se dispara. Si hablamos en términos de biodiversidad, la masacre de animales de toda condición que a diario extinguimos, agrava aún más la agonía del planeta y ratifica la idea de que el único ser vivo que actúa igual que el ser humano es el virus: procreamos sin medida, matamos las demás vidas, contaminamos todo el entorno y podemos suicidarnos, matando el cuerpo que nos acoge.

En este punto, la llamada de los científicos es un grito desesperado. ¿Lo escucharemos? La pregunta no es retórica, porque el mayor escollo es que no estamos dispuestos a cambiar de modelo de vida. Por ejemplo, ¿dejaremos de ser un obsesos de la carne, aceptando la existencia de macrogranjas que, aparte del sufrimiento animal, lo contaminan todo? ¿O dejaremos de usar el coche en todo momento, o el avión, o...? El modelo de vida del presente tiene un coste tan elevado para el futuro que debería exigirnos compromiso y urgencia. Pero nada pasa, aunque lo sabemos, lo leemos en los informes, lo notamos en el calor que sufrimos, lo vemos en las imágenes del deshielo y, sin embargo, parece que no nos concierne, convertidos en gallinas descabezadas que seguimos dando vueltas por el suelo, sin saber que ya no tenemos cabeza. No actuar en el presente no es una irresponsabilidad y una inconsciencia, es una maldad intrínseca. Una maldad letal.