Ágora | Artículo de Laia Pineda Rüegg y Laia Curcoll Vallès

Tres evidencias para un nuevo compromiso contra la pobreza infantil

El grupo de niños y adolescentes es el colectivo más afectado por el riesgo de pobreza y es grave, teniendo en cuenta las consecuencias en el presente y el futuro de los niños que la sufren

Pobreza infantil

Pobreza infantil / Pedro Armestre

Laia Pineda Rüegg y Laia Curcoll Vallès

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Tres de cada 10 niños en la ciudad de Barcelona viven en situación de pobreza. Tres de cada 10. En Barcelona. En nuestra ciudad. Esto, como mínimo. Así nos lo indican las últimas estadísticas metropolitanas de condiciones de vida (2020-2021). Pero las estadísticas oficiales siempre nos muestran una foto desfasada (los datos económicos son del año anterior al momento de la encuesta (y hasta que se analizan, pasa un tiempo más). Por eso hace falta que miremos con atención los datos del último informe de Càritas y la Fundación Foessa (2022), que nos alertan de que el riesgo de exclusión ha subido del 32,5% al 46,9% en el grupo de niños (14,4% más). Es decir, que en el peor de los escenarios, no tres sino cuatro de cada 10 niños y niñas de la diócesis de Barcelona estarían viviendo en situación de pobreza o en riesgo de exclusión. En cualquier caso, cifra arriba, cifra abajo, lo que podemos afirmar es que el grupo de niños y adolescentes es el colectivo más afectado por el riesgo de pobreza y es grave, teniendo en cuenta las consecuencias en el presente y el futuro de los niños que la sufren.

Ante este crecimiento preocupante de las desigualdades, debemos desplegar, y con urgencia, un nuevo compromiso con la infancia. Y, por si estas cifras no fueran bastante alarmantes, aportamos tres evidencias más que fundamentan esta urgencia. La primera (que idealmente ya no haría falta ni recordar) es que los niños tienen derecho a crecer en unas condiciones de vida adecuadas. Lo recogen múltiples leyes y planes nacionales, locales e internacionales, entre otros la Convención de los Derechos del Niño de las Naciones Unidas. Y es que las consecuencias de la pobreza infantil van mucho más allá de la infancia: los niños y niñas que crecen en pobreza tienen peores resultados académicos, peores trayectorias laborales, niveles de renta más bajos cuando son adultos y peor salud mental, tanto en la infancia como en la edad adulta. Es decir, crecer en pobreza durante la infancia predispone a vivir en pobreza como persona adulta. Es el ciclo de reproducción intergeneracional de la pobreza que, además, erosiona la cohesión social del conjunto de la sociedad.

La segunda evidencia es que hacen falta más y mejores políticas familiares. Por un lado, porque la inversión en infancia es la que ofrece el retorno social más alto. Estudios diversos han demostrado cómo la inversión en pequeña infancia (sobre todo, la que crece en entornos de vulnerabilidad) es la de mayor retorno social y, por lo tanto, la más eficiente para el sistema. Por otro, porque, a diferencia de otros países de la UE, en Catalunya y España el coste de la crianza recae casi en exclusiva en las familias y, además, cada vez es más caro, sobre todo en las grandes ciudades. Save the Children (2022) cifra en 819 € el coste mensual de tener un hijo o hija en Catalunya. Esto hace que tener hijos sea, hoy en día, una variable de riesgo de pobreza y exclusión, especialmente para las familias numerosas y monomarentales. Y es que venimos de un modelo de bienestar históricamente débil en inversión de políticas familiares. Según los últimos datos disponibles, la inversión en políticas familiares fue del 0,8% del PIB en Catalunya, el 1,3% en España y el 2,2% en la UE. Además, las ayudas que hay son pocas e ineficaces. Por ejemplo, las ayudas a los mayores de 65 años (incluidas, entre otros, las pensiones de jubilación) consiguen reducir la pobreza del 78,3% al 17% (61,3% menos). En la infancia, en cambio, una vez transferidas las ayudas, la pobreza solo se reduce del 43,4% al 30,4% (13% menos). Además, hace mucho tiempo que vemos cómo las ayudas no llegan a todos los que las podrían recibir y se dan muchas situaciones de indefensión administrativa (fenómeno del ‘non take up’).

La tercera y última evidencia, pero no menos importante, es que hay que invertir en infancia porque existe una brecha entre los hijos deseados y la tasa de fecundidad: mientras el número de hijos deseados se mantiene alrededor de 2 hijos, la tasa de fecundidad en la ciudad es de 1,3 (entre las más bajas de Europa). Vivimos una bajada histórica de la natalidad, que ha caído un 13,8% en los últimos 5 años.

En definitiva, hacen falta más y mejores políticas familiares para garantizar no solo el máximo desarrollo de todos los niños, con un presente libre de pobreza y un futuro de oportunidades, sino también para garantizar la cohesión social y revertir la alarmante bajada de la natalidad, haciendo posible que todas las familias tengan el número de hijos e hijas que deseen.