Artículo de Ángeles González-Sinde

La consagración de lo real

El audiovisual recurre cada vez más a grandes villanos y grandes aspavientos para captar la atención y el bolsillo del espectador

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / Leonard Beard

Ángeles González-Sinde

Ángeles González-Sinde

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Si el mundo interior fuera más organizado, si nuestros sentimientos se ordenaran de manera pragmática, nos enamoraríamos de esos amigos de toda la vida con los que nos llevamos bien. El matrimonio sería una prolongación cómoda y natural del compañerismo y el cariño fraternal. La amistad aporta eso: sentimientos claros y auténticos no alterados por las pasiones ni desgastados por la convivencia. La sintonía con otro hace crecer mi confianza en mí misma y en la vida, su amistad me reconforta y me vuelvo a casa con la salud emocional restablecida. Pero los sentimientos, o el corazón, o esa parte de nuestro cerebro que regula los afectos y el deseo, no se gobiernan mediante el sentido común, sino que operan por mecánicas indescifrables, al menos para el sujeto. No nos solemos enamorar de quien conviene, sino de otros hacia los que nos propulsa una fuerza en la mayoría de los casos insondable e incontrolable. 

Visto desde fuera el misterio del amor no es tal. En las elecciones de pareja de nuestros amigos y amigas podemos observar errores y patrones que se repiten, pero nos cuesta detectarlos en carne propia. Imagino que por eso desde tiempos remotos disfrutamos asistiendo como espectadores a comedias y dramas románticos. Nos complace indagar desde fuera en lo que no logramos secuenciar desde dentro. Triunfen o fracasen los personajes de fantasía, compartamos sus decisiones, nos identifiquemos o no con sus valores, la ficción es la única manera de aprender cómo los otros conducen sus sentimientos. Ser testigos de la intimidad ajena nos ayuda con la propia.

Eso pensaba mientras veía la cautivadora película de Fernando Franco 'La consagración de la primavera' en la que una joven de 18 años quiere aprender sobre intimidad y, para superar sus propios temores y condicionantes, recurre a otro joven, en este caso aquejado de una discapacidad que le impide el movimiento. Es emocionante ver cómo se ayudan mutuamente sin saberlo, porque ella es poco expresiva en sus motivaciones, pero sobre todo me conmovió cómo el director y su coguionista Begoña Aróstegui retratan otros acercamientos amorosos y fallidos de la protagonista. Es infrecuente ver en la pantalla hombres que se comportan con amabilidad y respeto con las mujeres y más si son jóvenes, por eso es reconfortante ver cómo se pueden retratar encuentros sexuales sin recurrir a la violencia ni al abuso. Por fortuna así nos comportamos en la vida real, con torpeza, pero sin maldad, pero no en la ficción. 

En la ficción audiovisual, tan cara de producir, tan exigida de resultados económicos y de audiencia, la necesidad por un lado de crear conflictos dramáticos, por otra de retratar lo excepcional y no lo común y por fin las presiones de cadenas y productores para dar más intensidad a las escenas y las historias, nos llevan a una sobreexplotación de los momentos en que unas personas se comportan mal con otras. El audiovisual recurre cada vez más a grandes villanos y grandes aspavientos para captar la atención y el bolsillo del espectador. Por eso es tan importante encontrar películas como 'La consagración de la primavera' que nos atrapa acercándonos a la verdad de la intimidad ajena sin recurrir a la violencia en ninguna de sus formas. La vida es mucho más pequeña de como nos la pinta la ficción y está bien que el cine lo certifique y lo legitime a nuestros ojos. 'Tenéis que venir a verla' de Jonás Trueba es otro ejemplo de ese cine en el que nos reencontramos con lo que fuimos o lo que seremos sin recurrir a personajes malvados ni afectaciones artificiosas.

Hay quienes dicen que el amor es una habilidad, no un sentimiento, y esto es esperanzador, porque las habilidades se adquieren y se entrenan, mientras que los sentimientos parecen surgir de la nada, de un magma a la vez nuestro y ajeno, un océano antiguo en el que navegamos o naufragamos sin saber muy bien por qué. Por supuesto no es así. Nuestros sentimientos y emociones provienen de nuestras experiencias y de las ideas y opiniones que sobre ellas nos conformamos, de nuestras creencias y valores. Por eso es crucial que el cine y las series (que tantas veces son el único vehículo para conocer la intimidad ajena e influyen en nuestro aprendizaje sentimental) no siempre recurran a personajes que solo quieren el mal (en especial hacia las mujeres), sino a gente que tal vez sea torpe, pero no quiere hacer daño y mira al otro desde el asombro y no del desprecio. Porque no solo el mal seduce a las audiencias, también nos gusta el bien. Aunque sea ir contra corriente. 

Suscríbete para seguir leyendo