Artículo de Teresa Crespo

No más días contra la pobreza

El Estado del bienestar que tenemos no cuenta con suficiente capacidad para evitar la exclusión profunda

BARCELONA 08/12/2020 Barcelona Un hombre pide para comer, cerca de la Pça.Catalunya. Mendigo, sin recursos, pide limosna, vagamundo, pobres por el covid. FOTO de RICARD CUGAT

BARCELONA 08/12/2020 Barcelona Un hombre pide para comer, cerca de la Pça.Catalunya. Mendigo, sin recursos, pide limosna, vagamundo, pobres por el covid. FOTO de RICARD CUGAT / Ricard Cugat

Teresa Crespo

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Cada año, al acercarse el 17 de octubre, la toma de conciencia sobre la existencia de la pobreza se hace más presente y los comentarios sobre esta realidad aparecen en los medios de forma sobrecogedora. Desgraciadamente, es un día al año en el que se habla de un hecho que genera cierta indiferencia para la mayoría de la población, aunque en los últimos años no han sido fáciles: crisis socioeconómica de 2008, impacto del covid-19, crisis energética, inflación disparada y guerra de Ucrania.

Nos encontramos con un contexto incierto en el que, como es habitual, los más ricos tienen capacidad de modificar los factores negativos del contexto, y los más débiles caen en situaciones cada vez más difíciles de superar. Los periodos en los que la economía ha crecido no han significado una mejora para la población pobre, sino que se ha producido una creciente desigualdad entre aquel sector que gozaba de un nivel económico elevado y el que sufría para llegar a fin de mes.

El informe 'Insocat', que periódicamente publica la federación de Entidades Catalanas de Acción Social (ECAS), nos muestra algunos datos de la pobreza y la exclusión social que evidencian esta dinámica socioeconómica determinante en la vida de las personas, en la que las situaciones de pobreza, lejos de mejorar, se han convertido en una constante que ni las políticas sociales ni el crecimiento económico han permitido cambiar. Nuestro sistema socioeconómico genera pobreza y exclusión, y el Estado del bienestar que tenemos no tiene suficiente capacidad para modificar esta pobreza profunda que estamos sufriendo.

Algunos datos estadísticos ilustran esta realidad definida por la combinación de distintos factores, como son la tasa del riesgo de pobreza y la privación material severa (tasa Arope). La combinación de estos elementos nos da desde 2008 unos valores elevados de esta tasa, cuyo porcentaje supera el 20% y que, lejos de bajar, hoy está llegando al 26%. Lo que significa que una parte importante de la población catalana sufre una pobreza crónica evidente.

Si analizamos el perfil de las personas que sufren esta pobreza, se evidencia que no afecta de igual modo a toda la población. Las mujeres, los menores de edad y la población nacida en otros países se ven afectados mucho más gravemente que los hombres españoles, con diferencias muy significativas. Así, vemos que la tasa de riesgo de pobreza tiene unos valores muy dispares según se trate de una persona migrante (46,5%) o una española (14,1%); o una menor de 16 años (30,8%) y una mayor de 65 años (18%).

En todo este contexto, debe tenerse en cuenta la modificación radical del papel del trabajo durante los últimos años y su contribución a la cronificación de la pobreza. Hoy en día, lejos de ser un factor de cambio y promoción para las familias, el trabajo es un motor que genera desigualdad debido a los salarios bajos, la contratación precaria, la temporalidad y la inseguridad. Estos rasgos impiden el desarrollo de la persona, creando una nueva figura: la persona trabajadora pobre.

Tener un trabajo pero no llegar a finales de mes significa tener un salario insuficiente para asegurar una vida digna, y en unas condiciones en las que se vulneran en más de una ocasión los más elementales derechos sociales e individuales. La conclusión que nos trae el mundo laboral actual es que, aunque la tasa de paro ha ido fluctuando según el momento económico, las condiciones laborales se han convertido en una dificultad permanente para superar las situaciones de precariedad de muchos trabajadores y trabajadoras.

Desde las entidades sociales nos sentimos corresponsables de esta sociedad que genera injusticias y desigualdades, y pese a trabajar para modificarla y paliar en lo posible la realidad que no nos gusta, nos encontramos impotentes para luchar contra la pérdida de unos valores que reconozcan a toda persona como sujeto de derechos, para defender que no todo se puede comprar ni todo está permitido, para aceptar que no es normal ni podemos permitir que la pobreza y la desigualdad estén siempre presentes, ni para conformarnos como un hecho irremediable que la cotidianidad de la pobreza sea una normalidad. Por eso, nos gustaría que el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza no sea una fecha más que recordar, sino un punto de partida de nuevas acciones transformadoras en defensa de la justicia social. Así, conseguiremos que su celebración ya no tenga razón de ser.

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