Artículo de Jordi Mercader

Junts: apuntalando el fracaso

El 'president' Aragonès respirará tranquilo por unas horas, ha perdido de vista a sus belicosos socios, pero enseguida empezará a tener pesadillas respecto de su futuro y el de su partido

La presidenta de Junts, Laura Borràs, y el secretario general del partido, Jordi Turull.

La presidenta de Junts, Laura Borràs, y el secretario general del partido, Jordi Turull. / FERRAN NADEU

Jordi Mercader

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La división política del independentismo avanza mucho más deprisa que la llegada de la república prometida. La sucesión de jugadas maestras de sus dirigentes independentistas ha conseguido el jaque mate al gobierno de Pere Aragonès, que es unos de los perdedores del desatino, junto a Jordi Turull, el secretario general de Junts, convertido en mero gestor administrativo por voluntad propia. El ganador, Carles Puigdemont y, por delegación, Laura Borràs y Quim Torra. El viaje a ninguna parte prosigue. 

Las causas de la salida de Junts del Govern son conocidas. Todo comenzó una madrugada de octubre de 2017: Puigdemont y Junqueras jugaron de farol para ver quien renunciaba primero a la aventura de la DUI. El republicano cortó la retirada electoral al entonces presidente y con la ayuda impagable de TV-3 consiguió situar el horizonte de la traición en primer plano. Aquella maniobra llevó a unos a la cárcel y a otros a vivir a Waterloo, y de ahí nació el rencor entre ambos, contagiado rápidamente a sus respectivos seguidores.

La deslealtad mutua entre Junts y ERC de los últimos meses es solo la materialización de la inquina gestada entonces. Junts fue desleal con el presidente Aragonès, pero también él burló la confianza de sus socios queriendo sorprenderlos con un acuerdo de claridad de resonancias canadienses, una propuesta para desencallar el conflicto que dinamitaba todo un relato de soberanía indiscutible del Parlament, que de golpe decaía al reconocer al Congreso de los Diputados como última fuente soberana.

Aragonès queda en minoría a pocas semanas de la discusión presupuestaria. Cuenta con la predisposición animosa de los 'comuns', pero sus votos no le sirven para mucho de no sumar los 33 del PSC o los 32 de Junts. No hay que descartar nada, empezando por la prórroga de las cuentas, pero la gobernación de Catalunya con 33 diputados se antoja un calvario y una desgracia para el país. ERC puede optar por intentar pasar unas semanas hasta comprobar el efecto interno del 55-42 registrado en la consulta de Junts, incluso podría contar con algunos 'consellers' de Junts a título individual en el Govern, para aparentar cierta continuidad. La ruptura del partido de Turull es una hipótesis plausible, aunque insuficiente para restablecer una minoría suficiente en el Parlament.

Aragonès puede convocar elecciones. Dado que a nadie se le escapa que los actuales líderes independentistas de uno y otro partido se han hecho odiosos para buena parte de su electorado, esta opción sería un regalo para el PSC. O puede explorar la vía de la transversalidad política, alcanzando acuerdos con Salvador Illa, que a bien seguro mantendrá su oferta de colaboración, aunque solo sea por justa correspondencia con el papel de ERC en el Congreso. Tampoco esa opción está exenta de peligros para ERC. Aragonès respirará tranquilo por unas horas, ha perdido de vista a sus belicosos socios, pero enseguida empezará a tener pesadillas respecto de su futuro y el de su partido.