Por un mechón de Juliette Binoche
El vídeo mantiene viva la llama de la protesta iraní. Hasta que la olvidemos
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Inaugura el vídeo Juliette Binoche: tijeras en ristre, se corta un buen mechón de la nuca, dice con voz segura «for freedom!» y lo muestra a cámara, tomad, este es mi cabello, aquí mi apoyo a la lucha de las mujeres iraníes, unas tristes hebras de queratina que seguirán creciendo en mi cráneo cuando ya esté muerta. Detrás de ella, hasta 52 actrices, cantantes y activistas francesas se despojan de un bucle o una guedeja, más o menos larga, imitando el gesto que se ha convertido en símbolo de la protesta contra el régimen fundamentalista islámico desde la muerte de Mahsa Amini, una joven de 22 años a quien molió a palos la ‘policía de la moral’ por llevar mal colocado el velo. ¿Servirá de algo? Las que se juegan el tipo son ellas, las iraníes, pero al menos se mantiene viva la llama. Hasta que las olvidemos.
En el clip, que el colectivo Soutienfemmesiran colgó ayer en Instagram, se atisban rostros muy conocidos: Charlotte Rampling, Marion Cotillard, las dos estupendas Isabelles (la Adjani y la Huppert), Jane Birkin, que frente a las tijeras parece temer una amputación, y su hija, Charlotte Gainsbourg. Mientras se van rapando el pelo, chas, chas, chas, suena de fondo, interpretada en farsi, la vieja canción ‘Bella Ciao’, emblema de la resistencia partisana contra Mussolini, un bello himno antifascista, el mismo que se negó a cantar Laura Pausini en ‘El hormiguero’ (estaba en su derecho, pero los ayatolás de las redes sociales, que también los hay, le dieron para el pelo).
Mito erótico
¿Qué pasa con las melenas?, ¿por qué persiste ese rancio tabú? Para refrescarlo, busco en las estanterías un ensayo que disfruté hace un tiempo, ‘La cabellera femenina’ (Cátedra, 2010), donde Erika Bornay estudia la constante del mito, su poder fetichista, su simbología erótica, el desplazamiento que el subconsciente realiza del vello púbico al pelo de la cabeza, las múltiples imágenes que el cabello de las mujeres ha suscitado en las narraciones orales más antiguas, en la poesía o en las artes plásticas: Medusa, Lady Godiva, las damas prerrafaelitas con sus lánguidas crines o la María Magdalena, que seca los pies de Jesucristo con su melena pecadora.
Resulta muy significativa la furia capilar desplegada por las tres religiones monoteístas. La islámica, por supuesto. Pero Bornay también repara en la tradición hebraica y en los orígenes del cristianismo, en las epístolas de San Pablo: «La mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, deshonra su cabeza». Dos milenios de oprobio con el velo. Basta.
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