Ágora

La reforma del Eixample: hoy todos queremos ser Ildefons Cerdà

Olvidamos su voluntad higienista, de asegurar la igualdad de acceso al espacio libre y de aumentar la esperanza de vida de la población. Este fue el elemento estructural del plan Cerdà, por encima del modelo circulatorio

Vista aérea de Barcelona.

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Rafael de Cáceres

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Hace años consideramos adecuado reformar algunas calles del Eixample para aumentar los espacios para peatones dada la carencia de zonas verdes en relación al resto de Barcelona. El Eixample fue objeto de operaciones para conseguir aquel objetivo. Recordemos las de la avenida Mistral, la plaza y la Rambla de Catalunya, la avenida de Roma, Enric Granados, los paseos de Lluís Companys y de Sant Joan; estas, conjuntamente con las manzanas para peatones en los centros históricos, fueron bien aceptadas por la ciudadanía. A menudo, el anuncio de las reformas generaba la oposición de comerciantes o del RACC, que las interpretaba como un ataque contra el coche privado. A pesar de esto, la ciudad recuperaba con normalidad espacios de relación, después de años de densificación y de afán de plusvalías inmobiliarias.

Por eso, sorprende la oposición de algunos colectivos situando la recuperación del uso público como un atentado a la estructura general del plan Cerdà. Afirmando que los proyectos pretenden “finiquitar, incluso demoler físicamente, la estructura diseñada en su día por Ildefons Cerdà“.

Es paradójico reivindicar la estructura del plan Cerdà después de años de adulteración sistemática, de la pérdida de un millar de hectáreas de zona verde o de cuadriplicar su densidad inicial. Todo con una política urbanística que afectaba la actividad a partir de continuos cambios de uso de residencial a terciario, el desmenuzamiento de las tipologías, la densificación, la supresión de zonas verdes o de equipamientos.

Reivindicamos a Cerdà pero olvidamos su voluntad higienista, de asegurar la igualdad de acceso en el espacio libre y de aumentar la esperanza de vida de la población. Este fue el elemento estructural del plan Cerdà, por encima del modelo circulatorio. No es creíble que Cerdà se opusiera hoy a la recuperación del espacio público aunque sea convirtiendo en paseos lo que hasta ahora se dedicaba a los vehículos.

La preocupación por la estructura urbana de la Eixample es lógica dado su atractivo para los operadores económicos. Está claro que este hecho afecta la vida en el Eixample y que se evidencia por la voracidad de los fondos de inversión, los alojamientos turísticos, la permisividad para alquilar habitaciones como habitáculos germen de pensiones clandestinas. Por lo tanto, lo sustantivo de la estructura urbana es asegurar un nivel de calidad de vida aceptable, preservando la vivienda y apostando por un turismo y un ocio que deje de ser causa de la pesadilla y de afectar a la salud de los ciudadanos.

Lo dicho justifica la conveniencia de recuperar el espacio público, pero esto no quita para que nos parezca útil considerar la parte de responsabilidad de los gestores municipales en relación a los malentendidos que el tema ha provocado. De entrada hay que hacer notar el afán de significación urbanística a partir de la instrumentalización de la teoría de las 'supermanzanas' desnudándola de su contenido para convertirla en un mero modelo circulatorio y en eslogan publicitario de todo aquello que se realiza en la ciudad.

Esta simplificación contradice su propia esencia, puesto que obvia su carácter abierto, genérico y reflexivo, con el horizonte de buscar una ciudad sostenible. Del valor de las actividades y de la interconexión social, de la compacidad, de la biodiversidad, la complejidad y la mezcla social, de la eficiencia energética y del compromiso medioambiental. Su visión holística ofrecía un buen número de indicadores que preparaba a las ciudades para afrontar los retos medioambientales de nuestro tiempo. Un instrumento de planeamiento útil, tanto a nivel programático, cuando se trata de nuevos asentamientos, como de análisis cuando define estrategias en ciudades consolidadas.

Ante la proximidad de las elecciones, el eslogan 'supermanzanas Barcelona' encabeza todas las actuaciones sin que nadie se explique su significado. Incluso en aquellas que son contrarias a la propia teoría, como la solución finalmente adoptada para la calle de Pi i Margall y como podría ser la que se decida para la ronda de Sant Antoni.

Esta simplificación excluye las posibilidades derivadas de un planteamiento global cara a un futuro sostenible, en asuntos ligados al ecosistema, como la eficiencia energética, el ciclo del agua, la materialidad de la urbanización, la biodiversidad o la continuidad biológica urbana. La discusión de estas y otras cuestiones, desde posturas científicas y profesionales, permitiría superar la etapa actual de definiciones genéricas, bien intencionadas, que a menudo acompañan al mero activismo.