Generación Z y la tempestad
Con escasa curiosidad por los asuntos públicos, los copos de nieve de la generación Z perciben la menor contrariedad como un trauma
Valentí Puig
Escritor y periodista.
Ver cómo aparece una megatendencia no es lo mismo que sumarse a una estampida. Generalmente se van captando indicios y es como si un iceberg llegase flotando hasta la línea de flotación del 'Titanic'. En otros casos, todo ocurre de repente. A finales de septiembre, las redes entraron en conmoción con la falsa noticia de un golpe de Estado contra el presidente chino Xi Jinping. En Twitter se hablaba de un convoy militar que iba hacia Pequín para tomar el poder. Todo comenzó con un vídeo de 50 segundos con el paso de vehículos militares. Lo puso en esa red social una periodista china. Falsa alarma, tan fugaz y sin fundamento que ni siquiera ocupó los titulares digitales pero ¿y si lo hubiese logrado?
No siempre es fácil distinguir entre una estampida y un giro de 180º. Perdemos los matices entre el corto y el largo plazo. La reciente cita de los ciudadanos de Suecia, Italia o Brasil con las urnas ya tiene una dimensión más tangible de megatendencia: la polarización. El poder moderador de las clases medias lleva tiempo menguando, del mismo modo que la vieja institución familiar decae. La gente se casa menos, tiene menos hijos y vive más años. Hay quien revende los álbumes familiares en Wallapop si es que tienen algún valor. La información va por nichos.
Atrapada entre las fallas tectónicas de la polarización, la generación Z, nacida en 2000, escucha Spotify, es nativa digital, usa 'apps' para todo, reza en la capilla del móvil y aborda como puede la ansiedad de la hiperprotección. Como nicho comercial y político, la fragilidad de la 'generación copos de nieve' habrá favorecido que sustituyéramos el término “comprensión” por “empatía” o “fortaleza” por “resiliencia”. No asumimos virtudes que tengan el perfume de un antiguo régimen. Ya que no podemos cambiar los hechos, canjeemos palabras. Todo es estrés para la generación Z.
Niall Ferguson sostiene que entramos en una era de peligros pero aconseja distinguir entre hechos y tendencias. Con el paso del tiempo, tendencias que habían sido detectadas y definidas con supuesta rotundidad han acabado por ser ilusorias. Ocurrió con las predicciones de Marx y Malthus. Primero proclamamos el fin de la historia, luego lo negamos. Ferguson incluso especula sobre una fase de gradual derrumbe de los regímenes ruso, chino e iraní. Con escasa curiosidad por los asuntos públicos, los copos de nieve de la generación Z perciben la menor contrariedad como un trauma. Es la vulnerabilidad emocional, el estrés generacional en un mundo que les es ajeno por hostil, arropados por el lenguaje correcto y buenista, dispuestos a dejar el gobierno en manos del gran psicoterapeuta.
En realidad, la tipología de la generación Z también es segmentaria, mucho más que el modo de definir la polarización. Y ni tan siquiera lo que Suecia, Italia o Brasil tengan en común es suficiente para agruparlas con la etiqueta de polarización. Las ideologías nos habían acostumbrado demasiado a ver la historia como lineal e irreversible. Esa costumbre lastró a sucesivas generaciones y polarizó cuando menos convenía. Quizás lo redescubra la generación Z.
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