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Elecciones en Brasil: la tierra quemada de Bolsonaro

Ninguna encuesta detectó la dimensión de la bolsa de votos fieles al actual presidente, en un panorama de polarización herencia del populismo reaccionario

Lula (i) y Jair Bolsonaro junto a su hijo Carlos (d) en el debate de candidatos presidenciales de Brasil.

Lula (i) y Jair Bolsonaro junto a su hijo Carlos (d) en el debate de candidatos presidenciales de Brasil. / EFE/André Coelho

Contra lo que vaticinaban todas las encuestas desde hace semanas, la elección presidencial en Brasil se decidirá el próximo 30 de octubre. Jair Bolsonaro ha demostrado que dispone de un electorado fiel y movilizado, aunque ha quedado seis millones de votos por debajo de Lula da Silva, y a este le han faltado dos puntos para lograr la presidencia en la primera vuelta, lo que no deja de ser una decepción para una masa de electores activada como nunca en apoyo de su líder. No ha sido solo el empujón de las iglesias evangélicas lo que ha llevado a Bolsonaro a obtener un resultado que nadie esperaba, sino que la transferencia de sufragios hacia Lula de votantes centristas que apoyaron al actual presidente en 2018 ha sido menor del esperado. El sector agroalimentario renuente a las medidas de conservación del medio natural se ha mantenido mayoritariamente al lado del excapitán y el conservadurismo no ha cambiado de opinión. A lo que es preciso añadir la capacidad del entorno de Bolsonaro para intoxicar el debate a través de las redes sociales.

Ninguna encuesta detectó la dimensión de la bolsa de votos fieles de que dispone Bolsonaro, que el sábado aparecía en los sondeos 10 puntos por debajo de Lula. Parece que el hecho de que los encuestadores carecieran de un censo actualizado, posterior al de 2010, desvió todos sus cálculos. Pero más allá de esos problemas técnicos, se impuso la inesperada realidad de una sociedad aún más profundamente fracturada de lo que históricamente lo ha estado, una parte de la cual ve en la eventual victoria de Lula los mismos riesgos que los partidarios de este ven en el triunfo de Bolsonaro. No hay en el mapa electoral surgido del escrutinio de la madrugada del lunes un solo elemento que permita esperar la campaña de la segunda vuelta en un ambiente menos crispado del que ha caracterizado la de la primera. Es el panorama que dejan tras de sí todos los populismos autoritarios –puentes rotos, trincheras emponzoñadas– y que tan difícil es de revertir incluso tras una derrota electoral, como ya se ha podido ver en EEUU.

En teoría, le puede bastar a Lula con atraer solo a una parte de los votantes de Simone Tebet y de Ciro Gomes –tercera y cuarto clasificados el domingo– para vencer a Bolsonaro. Pero es más que previsible que este ponga a disposición de su campaña todos los recursos del Estado para contrarrestar a su adversario. La impresión de que el candidato de la izquierda puede atraer con cierta facilidad a los votantes de Tebet y Gomes la compensa el presidente con los eslóganes del miedo a los que recurre con frecuencia y que pueden activar en su favor a votantes conservadores que esta primera vuelta se quedaron en casa. Y hay que ver hasta qué punto las dudas sembradas por Bolsonaro sobre la transparencia del sistema electoral contribuyen a la movilización.

Lo que es impensable es que la campaña de la segunda vuelta se ciña a la discusión de programas. Ni los voceros de la extrema derecha renunciarán a calentar los ánimos y a amenazar con el apocalipsis si gana Lula ni este podrá cambiar el tono de la confrontación, necesitado como está de advertir de los peligros de una victoria de Bolsonaro vista su capacidad de resistencia en las urnas. Si durante la primera vuelta no hubo forma de que la campaña saliera de los insultos, las invectivas y la sal gruesa, en esa recta final de cuatro semanas se antoja del todo imposible que cambie el tono, de tal naturaleza es la fractura política en Brasil.