De distopías y presentes
No existe una relación inevitable de causa-efecto entre lo que imaginamos y lo que acabaremos haciendo
Josep Maria Fonalleras
Escritor
El Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 propone un anuncio en el que se enfrenta a las previsiones catastróficas. Dicen “Basta de distopías; volvamos a imaginar un futuro mejor”. Es un mensaje plausible, muy bonito y enternecedor, que parte de una base errónea: pensar que "lo que somos capaces de imaginar es lo que somos capaces de hacer". Esto es rotundamente falso, porque “imaginar” y “hacer” no son verbos inevitablemente contradictorios, pero tampoco necesariamente consecutivos. Deberíamos fijarnos en la metafísica aristotélica para entender que la potencia es la pura posibilidad de ser mientras que el acto es su concreción. No existe una relación inevitable de causa-efecto entre lo que imaginamos y lo que acabaremos haciendo.
"Todos estamos hechos de la materia de la que están hechos el sueños", dice Próspero en 'La tormenta', pero ahí no se habla de realidades. Nos movemos en el terreno de las evanescencias. La distopía no genera el mal, sino que funciona como un aviso para navegantes. A diferencia de la utopía, que construye universos ideales, la distopía describe posibilidades trágicas. La primera puede generar insatisfacción; la segunda puede funcionar como coraza contra lo que parece inevitable. El mensaje del ministerio, con imágenes apocalípticas e individuos vestidos a la Mad Max, avisa de que si presentamos un futuro “oscuro, irrespirable, brutal e inhabitable” acabaremos construyendo un mañana con todos estos adjetivos. Y entonces ya no tendremos tiempo de rectificar. Antes de la conclusión infantil y naif, sin embargo, una 'voz en off' dice: "Y no faltan motivos". Es decir, reconocen que la distopía no es una creación de lo fantástico, sino una constatación de lo presente. 'Years and years', por ejemplo, o 'L’effondrement', no nos hablan de personajes estrafalarios como si fueran de La Fura dels Baus. Nos informan de inmediateces terribles que tenemos en la esquina.
En el magnífico, colosal capítulo dirigido por Isaki Lacuesta para la serie 'Apagón', una mezcla sabia de ficción y documental, un relato con un trasfondo moral impactante y nada melifluo, ante la hecatombe occidental, la miseria y la falta de esperanza, unos temporeros inmigrantes explican a una mujer blanca la desesperanza y la miseria que ellos ya conocen no como distopía, sino como realidad sangrienta. No se trata de imaginar un futuro mejor. Quizás bastaría con construir un presente, que ya habitamos, menos áspero.
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