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El pulso dentro de Junts: ¿Sufre Catalunya una deriva italiana?

Junqueras y Puigdemont.

Junqueras y Puigdemont.

Albert Sáez

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Empezamos la semana pasada poniendo el foco en Italia y la acabamos en Catalunya. Nada que ver por lo que se refiere al desafío de la extrema derecha. Pero la inestabilidad catalana se parece cada vez más a la italiana. En el fondo, y en la forma. La sociedad catalana se ha acostumbrado a vivir sin gobierno. Hizo el máster en los tiempos de Quim Torra. Y ahora, se va a pasar una semana con la Generalitat a medio gas. No por falta de empuje de sus consejeros (de todos los colores), sino por el ruido entre los partidos y en los partidos que le dan apoyo en el Parlament. No es la primera vez que pasa. Hubo largas temporadas en las que la Generalitat de Pujol estuvo en manos de las disputas con los socios de Unió. Aunque a Duran Lleida nunca se le ocurrió insinuar que iba a exigir una cuestión de confianza a un presidente de un gobierno del que formaba parte. El primer tripartito con Maragall también pasó días ensimismado. Pero lo de ahora resulta más paradójico. Un gobierno y unos partidos que dicen estar en política para asumir todas las competencias politicas pierden el tiempo para ejercer las pocas o muchas que tienen. El ensimismamiento de una parte del independentismo es tal que fue capaz de dilapidar el empuje que le dieron sus bases acudiendo a votar a un referéndum que todo el mundo sabía que era un simulacro reivindicativo (como tal ejecutado con éxito) por una simple disputa sobre quién asumía la responsabilidad de convocar unas elecciones que, como movimiento, hubieran ganado.

Esos políticos capaces de pasarse diez horas un día hablando entre ellos y sobre ellos harían bien en salir a la calle un rato a tomar el aire y comprobar que, cuando se para el gobierno, la vida sigue igual. Lo peor que le puede pasar a una institución es convertirse en insignificante. Ya se que en los gabinetes de la agitación, cuando lean esto verán una tesis a favor de unos y en contra de otros. Pero, creánme, que es puro sentido común. Y como sabemos que lo tienen y que son inteligentes, solo nos queda pensar que el ansia de poder les nubla la razón. Igual la solución es escuchar a Carles Puigdemont cuando dice que en nombre de Carles Puigdemont solo habla Carles Puigdemont. E ignorar a los que usan su nombre para proteger una silla que no se han ganado ni con su militancia, ni con su talento, ni con su experiencia ni con su sacrificio. Ni la Catalunya autonómica, ni la que aspire a algo más, pueden permitirse ser Italia.

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