Un sofá en el césped
Un destello, un estruendo
Cada vez que el Barça juega en Mallorca, me asalta esta sensación de enorme desolación, una especie de tristeza profunda que el partido no hace sino confirmar
Josep Maria Fonalleras
Escritor
Es muy difícil escribir sobre la nada. La nada es nada, inanición, sequía, campos estrujados donde ha desaparecido la uniformidad del cultivo para convertirse en un conjunto informe de baldosas resquebrajadas. El caos al menos tiene movimiento, desazón. La nada, ni eso. Es vacío y aburrimiento. Escribo así después de haberla visto (la nada) en un estadio que aún no sé cómo debe llamarse, porque hay quien todavía habla de Son Moix, pero otros me aseguran que todavía responde al nombre Visit Mallorca Estadi, como si Mallorca necesitara más visitas después de la marabunta que este verano ha invadido la isla. Debe ser el campo con más apellidos de la historia, o se le acerca, con lo fácil que era hablar de aquel histórico Lluís Sitjar, que siempre fue el mismo.
Circulando por la Via de Cintura de Palma en dirección al norte, la mole se alza en La Vileta, a la izquierda. A la derecha, un poco antes, está el cementerio, que se amplió gracias a la donación del magnate Joan March, que cedió parte del terreno a cambio que le dejaran construir un mausoleo desproporcionado y tan majestuoso como lúgubre. Circulando en coche, pueden verse tras los muros las cruces de las tumbas. Escribo de muertes y cementerios porque últimamente, cada vez que el Barça juega en Mallorca, me asalta esta sensación de enorme desolación, una especie de tristeza profunda que el partido no hace sino confirmar. No sé ustedes, pero el sábado se repitió la historia. No es que el encuentro fuera deprimente (que lo fue), no es que no tuviera emoción (que no la tuvo), no es que fuera insulso (hasta el límite). Lo peor es que reunió todas esas condiciones y que, además, estamos hablando de Ter Stegen como salvador porque, casi sin querer, el Mallorca, al final, nos pudo estropear la noche serena y lacia.
Eso sí. En medio de la nada, un destello. Un estruendo. Francesc Parcerisas (que acaba de publicar un dietario delicioso ameno e inteligente: “La tardor em sobta”), dice que los motivos de la poesía están en cualquier parte y que el poeta, como el fotógrafo, tiene la obligación de “verlos” antes de que sean poema o fotografía. El mundo está lleno de poemas no escritos, añade. Como el del gol de Lewandowski, añado yo. Una fulguración en el desierto. Puedes ser un excelente delantero centro, un replicante vikingo que escupe goles y rompe récords, puedes ser un asesino del área. Pero además, puede que seas un portentoso futbolista, porque el gol del polaco no es solo el empuje, la colocación y el instante preciso del atacante, sino, sobre todo, la visión de la portería justo antes del disparo, cuando gira sobre sí mismo y, en un instante, es capaz de observar dónde está el marco y dónde el portero y los defensas que quieren evitar la diana. Después, viene la técnica y la potencia. Antes, ha imaginado el poema, ha fotografiado lo que está por venir. Esa iluminación nos sirvió para engullir 90 minutos fúnebres en Son Moix, o como demonios se llame ahora.
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