A los cinco años del 1-O
Si no queremos volver a encontrarnos en un callejón sin salida, habrá que trabajar en llenar de contenido una mesa de diálogo que avanza todavía con pies de plomo
Gemma Ubasart
Consellera de Justícia, Drets i Memòria
Gemma Ubasart
Ha pasado un quinquenio desde esa jornada que sacudió al país. Personalmente siempre lo he contado como un episodio de movilización masiva. Un acto de reafirmación popular potente y singular. Difícilmente en el contexto europeo podemos encontrar en la actualidad un proceso movilizador comparable: más de dos millones de personas de todas las edades y condiciones acudieron a escuelas y centros habilitados para la votación, y lo hicieron en un escenario con componentes de desobediencia, algunas poniendo incluso el cuerpo.
Este acto de soberanía, junto a las fuertes cargas policiales que se produjeron, situaron a Catalunya, y el contencioso nacional-territorial que vive España, en el mapa europeo e internacional. Ese 1 y 3 de octubre la causa independentista y soberanista generaba simpatías y solidaridades en todo el planeta. Se abría una brecha de oportunidad para forzar una negociación con el Estado con reconocimiento e implicación internacional. Para conseguir, por ejemplo, el reconocimiento institucional de una realidad 'de facto': la plurinacionalidad del Estado. Y por tanto, facilitar el ejercicio de un referéndum inspirándose en las experiencias quebequesa y escocesa.
Las cosas fueron por otros derroteros, pero la mayoría de fuerzas políticas -con mayor o menor énfasis- han llegado a la conclusión de que los problemas políticos deben resolverse políticamente, que no hay atajos. Y que la crisis del modelo autonómico ha venido para quedarse. Ahora bien, también es cierto que ha habido mucha reflexión, crítica y autocrítica en la parte catalana pero en la contraparte estatal de ese momento casi no se ha explicitado.
Cinco años después, la situación se ha destensado. Ahora bien, que se haya cerrado el ciclo del 'procés' (la ola transita desde el 11-S de 2012 al 21-D de 2017) no significa que la cuestión nacional-territorial se haya solucionado. Y si no queremos volver a encontrarnos en un callejón sin salida, habrá que trabajar en llenar de contenido una mesa de diálogo que avanza todavía con pies de plomo.
La recuperación por parte del 'president' Pere Aragonès de la bandera del referendo acordado, enarbolada, entre otras, por una de las formaciones políticas que ocupa el Ejecutivo español -Podemos-, puede ser una buena salida. Seguramente es aquella que también buscaba a Carles Puigdemont el 10-O con la suspensión temporal de la DUI. Hará falta, eso sí, cabeza fría y mirada larga.
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