Primera vuelta

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Elección encrespada en Brasil

La posibilidad de que Lula obtenga en primera vuelta más del 50% de los votos ha agriado hasta el paroxismo la campaña de Bolsonaro

Bolsonaro ataca a Lula en el debate con la corrupción de su Gobierno

Bolsonaro ataca a Lula en el debate con la corrupción de su Gobierno / EFE / Antonio Lacerda

La sociedad brasileña llega a la elección presidencial de este domingo después de vivir una campaña enormemente tensa. Ante los vaticinios de las encuestas, que otorgan a Luiz Inácio 'Lula' da Silva una ventaja de entre 15 y 18 puntos sobre el presidente Jair Bolsonaro, la extrema derecha ya ha puesto en duda preventivamente la limpieza del proceso electoral, la transparencia del voto electrónico y el desempeño del Tribunal Superior Electoral, que debe certificar los resultados que arrojen las urnas. La posibilidad de que Lula obtenga en la primera vuelta más del 50% de los votos ha agriado hasta el paroxismo la campaña de su adversario, secundado por actores sociales tan diferentes como el sector de la industria armamentista, que ha multiplicado sus ventas a particulares en los últimos cuatro años, y las iglesias evangélicas -30% de la población-, extremadamente conservadoras, que han tenido en Bolsonaro a su principal valedor. Al mismo tiempo, una parte del sector agroalimentario, la banca y los medios de comunicación se han acercado a Lula, de forma que se diría que la elección directa en la primera vuelta del candidato de la izquierda depende casi en exclusiva de que se decante a su favor una parte significativa de los votantes de centro, el 15% del censo, según las encuestas.

Algunos factores juegan a favor de las aspiraciones de Lula. En primer lugar, el cambio de tendencia experimentado en varios países de América Latina, donde han salido elegidos varios presidentes progresistas durante el último año. En segundo lugar, la pérdida por Bolsonaro del patrocinio de Donald Trump desde la Casa Banca, un factor importante en la victoria del excapitán hace cuatro años. En esta ocasión, el único gesto de Estados Unidos ha sido reiterar su convicción de que no hay motivo para dudar de la limpieza del proceso presidencial. Una iniciativa fundamental para desarmar ante la opinión pública brasileña a los émulos de Trump, que en noviembre de 2020 se proclamó vencedor y acto seguido, cuando el recuento dio la victoria a Joe Biden, desacreditó el escrutinio y aún hoy se dice víctima de fraude electoral.

Otro factor que explica la ventaja de salida de Lula es su decisión de congregar en su entorno diferentes sensibilidades de la derecha y del centro clásicos hasta el punto de aproximarse a la base electoral evangelista de Bolsonaro y confiar la vicepresidencia a Geraldo Alckmin, un político conservador con el que mantuvo una competencia a menudo tensa en las elecciones de 2006. La maniobra no estuvo ausente de riesgos en una sociedad tan extremadamente dual como la brasileña. Una parte del Partido de los Trabajadores no ocultó su disgusto, pero Lula optó por llevar hasta sus últimas consecuencias una estrategia que estima prioritaria, desalojar de la presidencia a la extrema derecha y dejar la concreción del programa para después de la victoria.

Diferentes episodios de campaña justifican el tiento de Lula y la moderación de su discurso. La utilización de las redes sociales por el equipo de Bolsonaro para difundir falsedades sobre su adversario o poner en duda a los jueces que lo sacaron de la cárcel tras una condena por corrupción más que dudosa son solo la punta del iceberg. Por debajo de la superficie se multiplican las preguntas acerca de qué papel desempeñará el Ejército si Lula gana efectivamente la presidencia sin segunda vuelta. Pero hace cuatro años, los uniformados manifestaron su apoyo a Bolsonaro y esta vez guardan silencio. Quizá porque el comportamiento de su excompañero de armas al frente de Brasil lo ha sido todo menos ejemplar.