Regreso al pasado: olvido de la historia y regreso del fascismo
Lo que más preocupa es el alto número de jóvenes europeos que se han apuntado al carro de las soluciones fáciles y expeditivas de la extrema derecha
Julio Llamazares
Escritor y guionista. Autor de 'Luna de lobos', 'La lluvia amarilla', 'Cuaderno del Duero' y 'Atlas de la España imaginaria'.
Que en Europa estamos volviendo al pasado parece cada vez más claro. Uno tras otro algunos países (primero Hungría, luego Polonia, después Suecia, ahora Italia) van volviendo la mirada al siglo XX y no hacia el final de él, sino al de su primera mitad, cuando el fascismo se extendió como una ideología lberadora por el continente. Luego se vio que no era tal, al revés: se vio que era una nueva forma de esclavitud y de negación de la libertad, pero parece que las nuevas generaciones de europeos lo desconocen. Que el conocimiento de la historia sirve para no repetir errores es un tópico tan repetido que a muchas sociedades europeas se les ha olvidado lo que significa eso. Enseñar a los jóvenes la historia y no ocultársela es lo que se debería haber hecho, pero lo que se hizo en algunos casos, como el de España, fue lo contrario: enterrar la historia o guardarla en el baúl de los recuerdos con el argumento de que no es bueno hurgar en las heridas porque pueden reabrirse, como si la historia del mundo fuera un cuento para niños.
Así y no de otra forma se explica que en el momento en el que nos encontramos, a 77 años ya del fin de la Guerra Mundial que provocó la irrupción del fascismo en Europa (en algunos países, como España y Portugal, llegó antes y se prolongó en el tiempo más que en el resto), millones de personas crean que las ideas totalitarias y neofascistas son tan válidas como cualquier otra, incluso las consideren mejores para resolver los problemas que Europa tiene en este momento. Más nacionalismo y menos Europa y más fronteras y menos hospitalidad con los extranjeros son las recetas que los ultraderechistas de hoy quieren aplicar olvidando que esas ideas fueron la puerta a la destrucción del continente en el siglo pasado, por lo que lo volverían a ser de ponerse en práctica, pues las mismas recetas no logran resultados distintos ni en política ni en medicina.
Lo que más preocupa de ello, no obstante, es el alto número de jóvenes europeos que se han apuntado al carro de las soluciones fáciles y expeditivas a los problemas y la ignorancia que muchos de ellos manifiestan de nuestra historia, esa que deberían conocer para no decir las cosas que dicen. Que un porcentaje considerable de nuestros jóvenes crean que la República española se levantó contra Franco y no al revés o consideren que la Dictadura de este fue una época de prosperidad para el país, como demuestran recientes estudios, indica hasta qué punto hay un fracaso de la educación cuyas consecuencias se están empezando a notar en las elecciones.
Que eso pase también en otros países con más tradición democrática no debería consolarnos, al revés: debería preocuparnos más por cuanto es la demostración de que la ignorancia no lo justifica todo, ni siquiera la desmemoria o el olvido. El regreso al pasado que se está produciendo en Europa es un fenómeno tan inquietante que debería hacer pensar a la clase política pero también a unas sociedades que han alcanzado su mayor grado de desarrollo en épocas de democracia pero que ahora buscan solución a sus problemas derivados de las crisis económica, sanitaria y bélica que estamos sufriendo últimamente en las ideas totalitarias que destruyeron Europa hace 80 años. Cuando el historiador inglés Moses Finley dijo que la historia no sirve tanto para conocer el pasado cuanto para comprender el futuro no sabía hasta qué punto estaba diciendo una gran verdad, esa que aquí hemos ignorado durante décadas con el argumento cínico e interesado de que no hay que mirar atrás.
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