Décima avenida

Cinco años del 1-O: La ilusión dilapidada

El autoengaño en la gestión de las consecuencias del referéndum se ha convertido en una pesada mochila que paraliza la vida política catalana

Leonard Beard.

Leonard Beard. / Leonard Beard.

Joan Cañete Bayle

Joan Cañete Bayle

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Es reduccionista, pero los propios partidos independentistas han puesto la comparación en bandeja. Cuando se cumplen cinco años del 1-O, la fotografía entre el enorme ejercicio de movilización y de desobediencia civil e institucional que fue el referéndum contrasta con la de la (pen)última crisis entre ERC y Junts. Hace cinco años, las dos almas del independentismo (que no del catalanismo político, existe un catalanismo político que no es independentista, aunque como tanto y tantos haya quedado sepultado tras una década de ‘procés’) se conllevaban tan mal como ahora, les gustaba tanto el ‘chicken game’ como ahora y pugnaban por la hegemonía del mismo espacio político exactamente igual que ahora, como demuestran estos días de aniversario los intentos de diferentes actores de arrogarse los méritos organizativos y políticos del 1-O. Pero de los fracasos del 1-O nadie quiere responsabilizarse, a pesar de que son justo esos fracasos los que paralizan la política catalana desde entonces sin que se divise un ‘desllorigador’, un solucionador. 

Suele compararse el ‘procés’ con un suflé. En realidad, se asemejaba a una cebolla, con múltiples capas -en ocasiones contradictorias, en otras espurias y egoístas, a veces peligrosas, otras vibrantes e incluso naíf- que rodeaban un corazón palpitante. Durante años, antes del ‘procés’, ese corazón fue sobre todo identitario, ‘carrincló’, victimista, utópico. El gran acierto del independentismo fue mutar hacia un corazón que bombeaba ilusión. En el choque de proyectos políticos, entre Madrid e Ítaca, hace cinco años no hay duda de cuál era ilusionante. Dos hechos de aquel 1-O simbolizaron como ningunos otros este choque entre la luz y lo gris: la ‘operación Urnas’ y la masiva afluencia de público a los colegios por un lado y, por el otro, la represión de los antidisturbios contra los votantes. 

La represión

Hoy, esa ilusión se ha dilapidado. Argumenta el independentismo que la represión del Estado –la física el mismo 1-O, la política con el posterior 155, la judicial, con las penas de cárcel y la salida del país de los líderes del movimiento— es la causa de la erosión de esa ilusión que fue el combustible que convirtió el 1-O en imparable para el Gobierno de Mariano Rajoy. Obvia este argumento el hecho de que el independentismo no ha sabido gestionar la derrota del 1-O. Porque si el referéndum fue, como aún se mantiene hoy aunque sea solo sea cara a la galería, un mandato democrático para la independencia, es evidente que se fracasó en su aplicación: Catalunya no es hoy un país independiente.

Las fórmulas con las que los diferentes actores del independentismo han decidido explicar y gestionar este hecho (irredentismo, pragmatismo velado, negación, indignación, simbolismo...) tienen en común su incapacidad para explicar la realidad sin tapujos a quienes creyeron que el 1-O era el paso previo a la independencia y no un mensaje a España o una palanca para mejorar una postura negociadora. En esta incapacidad para adaptar de forma realista el famoso relato a las consecuencias del 1-O radica una porción importante de la crisis permanente entre ERC y Junts: por diferentes y variadas razones (de nuevo, en ocasiones contradictorias, en otras espurias y egoístas, a veces peligrosas, otras vibrantes e incluso naíf) unos no quieren asumirlo y otros sí lo han hecho, pero no se atreven a reconocerlo en público. De esta forma el 1-O se ha convertido en una pesada mochila que impide avanzar a Catalunya, cuando el maquillaje se ha corrido las astucias aparecen como lo que siempre fueron, juegos de manos. 

Comiendo palomitas

No es el independentismo el único actor del 1-O que no asume las consecuencias de lo que sucedió. Al otro lado, en ese conglomerado que por facilitar las cosas llamamos "Madrid”, cunde la impresión de que la fortaleza del Estado (conocida como la represión por el independentismo) zanjó la crisis territorial e institucional. Ese “Madrid” se cree ganador en el “desafío separatista catalán” y come palomitas ante el espectáculo político del independentismo. Es un error miope de quienes tienen una larga tradición de errar en sus diagnósticos sobre Catalunya. El corazón de la cebolla igual se ha marchitado, pero en estos tiempos en que nada está escrito en piedra convendría no darlo por muerto. Igual el independentismo ha perdido la magia de la ilusión, pero es que el proyecto de ese “Madrid” jamás la tuvo. 

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