Artículo de Pilar Rahola

Enemigos íntimos

A ERC y a Junts solo los unía la independencia. Y ahora que los republicanos lo han dejado por un tiempo largo, no tienen ninguna excusa para mantener el matrimonio

Ilustración de Leonard Beard

Ilustración de Leonard Beard / Leonard Beard

Pilar Rahola

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Todo el mundo que conociera las entrañas de la relación entre los dos partidos de la coalición sabía dos cosas: una, que la desconfianza entre ERC y Junts había llegado a su punto de ebullición; y dos, que la explosión de la olla podía tardar más o menos, pero era inevitable. El pacto de gobierno entre ERC y Junts había nacido de una única complicidad, derivada del 'procés' independentista, pero para el resto eran adversarios electorales naturales, la relación entre los líderes y y la militancia era pésima, y en temas sensibles tenían claras divergencias. Si no hubiera sido por el 1 de Octubre, la represión posterior, y el 52% de voto independentista, difícilmente se habría producido esta coalición. De hecho, es una evidencia que los republicanos se sienten más a gusto con otras formaciones, hasta el punto de hacer el desaire, en plena negociación de la investidura, de presentar la primera propuesta a la CUP, y no a Junts. Y las muestras de simpatía hacia los 'comuns' han sido tan menudeadas como las muestras de antipatía hacia Junts. Pero se había hecho un pacto de gobierno, sobre el papel había grandes conceptos para tranquilizar las almas independentistas, y, como se sabe, el poder es el pegamento más poderoso. Y así se ha ido arrastrando el Govern, de ruido en ruido, hasta el momento en que no ha aguantado más. Y, aunque ahora se ponga un parche de urgencia y no se llegue a la ruptura inmediata, es evidente que tendrá una vida muy corta.

¿Por qué ha estallado la crisis ahora, y no dentro de unos meses, por ejemplo después de las municipales? El motivo más público da la razón a Junts: el giro estratégico de ERC, alejándose de la vía independentista, hasta el punto de querer emular (con poco éxito) el famoso pragmatismo pujolista, ha dejado el pacto de investidura en papel mojado. No se ha cumplido ni un solo acuerdo de la carpeta nacional (frente común en Madrid, diálogo con el Estado sobre la autodeterminación y creación de un organismo para coordinar la estrategia hacia la independencia), sino más bien lo contrario, ERC ha llegado a aceptar una mesa de diálogo donde se han vetado los representantes de Junts y donde se ha rechazado debatir sobre el conflicto catalán. Y, además, por el camino, han dinamitado la presidencia de Laura Borràs. El desacuerdo en la cuestión nacional ha llegado al punto de confrontación, y la refriega con la ANC en la Diada de este año ha sido el último ejemplo. Ni existe la unidad que hizo posible Junts pel Sí, ni hay estrategia nacional compartida, ni voluntad de crear complicidades. ERC ha pasado la pantalla de la independencia por muchos años, y Junts, en cambio, la considera su eje programático. 

En este punto de desunión, era inevitable que Junts planteara el tema en el debate de política general, y la petición de una cuestión de confianza, si bien era provocadora, no parecía descabellada, dado que ya la practicó el 'president' Puigdemont y lo había prometido el propio 'president' Aragonés. De hecho, el 'presidentp habría podido salir del paso con cierta facilidad, con la retórica clásica: si hay divergencias, hablaremos; encontraremos la manera; haremos una comisión, bla, bla, bla. ¿Por qué motivo Aragonés monta una escandalera tan considerable, lo considera un tipo de agravio irreparable y llega al exceso de cesar al vicepresidente? Y lo hace con la prepotencia de olvidar que es presidente gracias a Junts, dado que su mayoría es muy exigua. La respuesta es menos pública y más soterrada, pero también evidente en muchos círculos desde hace tiempo: Junqueras no quiere esta coalición (en esto coincide con Puigdemont, que siempre ha creído que este acuerdo iba en contra del 'procés' independentista), no quiere a Junts en el Govern y quiere cerrar la etapa de 2017 definitivamente. De aquí se deriva que el descosido motivado por el discurso de Albert Batet se haya agrandado hasta ser un boquete irreparable. La jugada del cese también tiene una fácil explicación: ERC no quiere ser el partido que ha roto, de forma que fuerza las cosas de manera extrema, para que sea Junts quien rompa. En cualquier caso, los republicanos no aceptarán ahora ninguna propuesta que venga de Junts, porque la decisión tomada es que se vayan, para poder gobernar con acuerdos de sintonía tripartita. ¿Les saldrá bien? Cuesta imaginarlo dado que, por muy convencidos que estén de la ruptura, tendrán coste electoral y, además, Salvador Illa les dará un conveniente abrazo del oso...

Al final, la conclusión de toda esta crisis es tristemente simple: a ERC y a Junts solo los unía la independencia. Y ahora que los republicanos lo han dejado por un tiempo largo, no tienen ninguna excusa para mantener el matrimonio. Ni se gustan, ni se entienden, ni caminan unidos. El divorcio era inevitable.