¡Mantened la posición!
Por mucho que Laura Borràs abogara por abandonar el Palau de la Generalitat, se ha impuesto, otra vez, la voz de quien manda de verdad, desde Waterloo
Andreu Claret
Periodista y escritor. Comité editorial de EL PERIÓDICO
Andreu Claret
Como siempre, Carles Puigdemont nos ayuda a navegar a través de las brumas que dominan la pugna insomne entre los independentistas catalanes. Mientras en Barcelona los dirigentes de Esquerra Republicana y de Junts per Catalunya hablan de confianza los unos, y de mandato los otros, términos cuya virtualidad escapa a la mayoría de los mortales, él llama a "mantener la posición", algo que todo el mundo puede entender. En el lenguaje militar, mantener la posición tiene dos acepciones. La primera equivale a la del ¡firmes! con el que los oficiales cuadran a la tropa. O sea, mantenerse de pie, firme, con postura asertiva y derecha, generalmente mirada al frente, barbilla en alto, pecho fuera, hombros atrás y estómago duro. El segundo significado tiene que ver con un filósofo italiano, Antonio Gramsci, que murió en las cárceles de Mussolini. Equivale a mantener la posición conquistada a la espera de circunstancias más favorables para lanzarse otra vez a la ofensiva. No es una consigna simpática, porque la posición se suele mantener desde una trinchera llena de ratas y sometida a la artillería enemiga (hoy los drones), y solo suele ser aceptada por la tropa si existe una fe inquebrantable en el jefe. Se trata de aguantar el tipo hasta que Puigdemont diga "a por ellos".
Este es el espíritu que presidió este jueves la reunión de la ejecutiva de Junts per Catalunya para decidir sobre la decisión del presidente de la Generalitat de cesar a su vicepresidente, el hombre fuerte del partido en el gobierno. En otra latitud, nadie entendería que una formación coaligada con otra se mantuviera en el gobierno tras una afrenta semejante. Aquí, de abandonar el Palau de la Generalitat, por ahora, nada. Por mucho que Laura Borràs abogara por hacerlo, se ha impuesto, otra vez, la voz de quien manda de verdad, desde Waterloo. ¡Mantened la posición! ordenó Puigdemont. O sea, devolver la pelota al tejado de Aragonès, pidiéndole que se defina sobre tres condiciones que se resumen en una: aceptar un programa irrealizable que le sentencie políticamente.
Puigdemont tiene muy pensada esta idea. Si el Gobierno catalán sale a campo abierto y empieza a gobernar, quien se beneficia de los resultados es Esquerra. Si se atrinchera en la retórica del 1-O, deja de resolver los problemas del país, Aragonès se consumirá en el Palau, mientras Puigdemont mantendrá su condición de reserva para cuando los tiempos sean mejores. ¿Hasta cuando puede sostenerse este juego, que tiene un alto precio para la sociedad catalana en tiempos de crisis como los actuales? Nadie lo sabe. Puigdemont no tiene ninguna prisa y los de ERC no van a hacerle el favor de asumir la responsabilidad de la ruptura. ¿Por dónde se romperá el cántaro? La propuesta sibilina de Junts tiene un punto flaco: la consulta a la militancia. Por mucho que sus dirigentes intenten enfriar el ambiente, los militantes están por la ruptura porque no cobran de la Administración. Salvo que Carles Puigdemont les explique mejor las ventajas de mantener la posición. Lo hará dentro de unos días, delante del Arco de Triunfo.
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