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El pulso entre Esquerra y Junts: así no se puede seguir

El conflicto entre partidos y en el interior de uno de ellos es real y objetivo y debe llegar a una resolución sin tardanza. No puede seguir penalizando a todo el país

BARCELONA 29/09/2022 Política. La ejecutiva del partido Junts x Cat encabezados por Laura Borràs, Jordi Turull y Jordi Puigneró se reúnen en la sede del partido para tratar la crisis del Govern FOTO de FERRAN NADEU

BARCELONA 29/09/2022 Política. La ejecutiva del partido Junts x Cat encabezados por Laura Borràs, Jordi Turull y Jordi Puigneró se reúnen en la sede del partido para tratar la crisis del Govern FOTO de FERRAN NADEU / FERRAN NADEU

La decisión de Junts per Catalunya (JxCat) de ganar tiempo y trasladar a la militancia la última palabra sobre salir o no del Govern es un nuevo parche que no resolverá la interminable crisis en las relaciones entre los dos partidos que integran el Consell Executiu. Una dilación más en este conflicto es una nueva muestra de falta de respeto a una ciudadanía que ha pasado de la estupefacción a la desconexión, esta vez no de Madrid sino de quienes deberían estar teniendo como prioridad gestionar las instituciones de autogobierno de Catalunya. 

Tras una larguísima reunión de la ejecutiva, Junts optó por la calle de en medio. Es verdad que la consulta a la militancia figuraba en el programa que aprobado en el congreso del pasado mes de junio, pero en cualquier país normal el cese fulminante y unilateral de un vicepresidente de una formación política de un Gobierno de coalición conllevaría una respuesta clara del partido afectado. Que un partido miembro de un Gobierno de coalición exija al presidente de ese Ejecutivo que se someta a una moción de confianza también sería impensable. ¿Cómo es posible que Junts presente esa demanda, que no afecta solo al presidente de la Generalitat sino a todo el Govern del que forma parte? Y si solo una parte de un partido de gobierno insistiera en jugar a la contra mientras el resto optase por una lealtad coherente, lo inevitable sería la ruptura de esta formación, con los radicales criticando al Govern desde donde corresponde, los escaños de la oposición, al menos en esa hipotética normalidad de la que tan lejos estamos.

Lo sucedido no es más que la culminación de un pacto de gobierno cogido por los pelos que solo se logró tras semanas de negociaciones y después de que Junts impidiera por dos veces la investidura de Aragonès apuntando ya a lo que es una constante heredada de su gen convergente: alimentar el caos cada vez que no preside las instituciones. Durante lo que llevamos de legislatura la prioridad de ambas partes parece haber sido más bien evitar el coste de reconocer que el ‘procés’ se ha convertido en un callejón sin salida (y conseguir que recaiga en el contrario). Un conflicto real entre partidos, y en el interior de uno de ellos, que debe tener una conclusión pero cuyo precio no puede pagar el país, penalizado por la absoluta supeditación de cualquier obra de gobierno a la dinámica de competencia y desconfianza entre Junts y ERC. 

El golpe de autoridad de Pere Aragonès destituyendo a Puigneró por pérdida de confianza al ocultarle las intenciones de Junts en el Parlament es totalmente comprensible. Pero después de haber demostrado tanta paciencia ante los gestos de disidencia interna desde el partido que lideran Turull y Borràs, quizá los republicanos hayan calculado mal el momento en que decidían perderla. 

Tras la actuación de los (¿aún?) socios en estos días, la crisis ha sobrepasado ya cualquier límite y en solo unas horas ha hecho que la propuesta de Aragonès de explorar la vía canadiense, que merecía ser considerada, haya quedado en segundo plano. La situación actual ha roto de facto el Govern y agudiza las contradicciones entre las dos alas de Junts. La graves perspectivas de crisis económica y social y la necesidad de plantear proyectos a largo plazo no pueden a abordarse con un Govern que en realidad sea dos. Estas contradicciones se deben superar, resolver o llegar hasta las últimas consecuencias, y más pronto que tarde. Parafraseando a Jordi Turull, así no se puede seguir.