Por un "estúpido trapo medieval"
Cuesta digerir el discurso de que el velo islámico es un símbolo de libertad
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Olga Merino
En septiembre de 1979, la periodista Oriana Fallaci viajó a Irán para entrevistar al ayatolá Jomeini, líder de la revolución islamista que derrocó al sah de Persia, un sátrapa. La reportera tuvo que aguardar diez días a que el clérigo barbudo se dignara recibirla, y accedió a vestirse para el encuentro con el chador, la túnica que cubre el cuerpo femenino de la cabeza a los pies, dejando tan solo al descubierto el óvalo facial. Descalza, sentada sobre una alfombra, Fallaci, como una mosca cojonera, comenzó a acribillarlo a preguntas, la mayoría referidas a la situación de la mujer bajo su régimen. «¿Cómo se puede nadar vestida con un chador?». Jomeini, a quien se le iban inflamando las gónadas, espetó al final: «Nuestras costumbres no son asunto suyo. Si no le gusta la ropa islámica, no está obligada a llevarla, porque estos vestidos son para mujeres jóvenes, buenas y correctas». Acto seguido, la entrevistadora se arrancó el sayo, calificándolo de «estúpido trapo medieval». Y se armó.
La semana pasada, otra periodista mítica, Christiane Amanpour, jefa de Internacional de la CNN, quiso entrevistar al presidente iraní, Ebrahim Raisi, quien le dio plantón por su negativa a cubrirse la cabeza con un pañuelo, aun cuando el encuentro, pactado, iba a tener lugar en Nueva York, donde no impera ley islámica alguna. Entre una escena y otra, han transcurrido cuatro décadas, 43 años con sus días y sus noches de Sherezades humilladas.
Por todo el territorio iraní, miles de mujeres de toda edad, sobre todo las jóvenes, se cortan las melenas y queman los hiyabs en protesta por la muerte de Mahsa Amini, una joven kurda de visita en Teherán, a quien la ‘policía de la moral’ detuvo por llevar mal colocado el velo. Parece que la molieron a palos en la comisaría. Algo se mueve al fin en Irán, una olla a presión que en los últimos años viene soltado recurrentes vaharadas de hartazgo: ha habido protestas por fraude electoral, por la subida estratosférica del precio de la gasolina, por pensiones dignas para los jubilados y mutilados de guerra. Ahora, se suma el grito de las mujeres contra una cleptocracia misógina y oscurantista. Ojalá no las dejen solas.
Entretanto, no quisiera liarme con el asunto del velo. Cada uno es muy dueño y señor de vestir como le plazca y abrazar las creencias que desee. Pero después de siglo y medio de lucha por los derechos de la mujer, cuesta roer el hueso de que el velo islámico es símbolo de dignidad y libertad. Ni en Irán ni en Ripoll.
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