¿Qué fue en realidad el 1-O?
Ni la independencia “era a tocar” ni hubo ningún “mandato”: no aceptar que aquel 1-O histórico no fue más que otra fabulosa manifestación explica la deriva de la parte más radicalizada del independentismo
Ernest Folch
Editor y periodista
Cinco años es un periodo razonable de tiempo para empezar a tener algo de perspectiva histórica. ¿Qué fue en realidad el 1-O? Ya sin las emociones a flor de piel, y con mucha más información, es posible empezar a responder esta no tan sencilla pregunta. Empecemos por lo obvio: el 1-O fue un momento muy trascendente, y quien no lo asuma es en realidad un negacionista: las masas de gente votando en un referéndum ilegal y las cargas brutales de la policía dieron la vuelta al mundo, y puede decirse sin temor a equivocarse que fue el momento mediático más global de nuestro país desde las olimpiadas de Barcelona. Pero a partir de ahí empiezan las interpretaciones, y en cierto modo las tergiversaciones. ¿Fue realmente el 1-O un referéndum? Es indudable que hubo centenares de miles de personas que depositaron su voto en una urna, pero es también evidente que sin las vergonzosas cargas policiales ni la participación ni la repercusión hubieran sido las mismas.
Todos conocemos ejemplos de sobra de mucha gente no independentista o simplemente desmovilizada que fue a votar por la tarde fruto de la indignación que les produjo la violencia policial de aquella mañana. No solo fue pues una movilización activa de los convencidos, sino también reactiva de gente menos implicada y hasta en algunos casos contraria al 'procés'. Con el paso del tiempo, ha ido quedando claro que el 1-O fue un fabuloso motín colectivo, pero hinchado sin duda por el decadente gobierno del PP, que consiguió la proeza de dar trascendencia mundial a la fecha gracias a la violencia de la policía y al espectáculo que empezó con el desembarco grotesco de los 'piolines' en el puerto de Barcelona. Sin embargo, todos sabíamos, aquella misma noche, incluso bajo la indignación producida por las porras, que el resultado de aquella votación era puramente simbólico, y que no era ningún punto de llegada, sino más bien un punto de partida o al menos un paso más en la acumulación de pruebas para demostrar que en Catalunya se vivía una situación de injusticia y de desatención a las demandas de una buena parte de la sociedad.
El mal diagnóstico de lo que en realidad sucedió aquel día histórico es lo que explica buena parte de los errores en los que ha caído la parte más radicalizada del independentismo. En lugar de hacer palanca con aquel apoyo popular innegable y de aquel irrepetible 'spot' publicitario, la precipitación se apoderó del Gobierno de Puigdemont, que en lugar de convocar unas elecciones que hubieran sido otro gran desafío, se tiró por la pendiente de unas DUI fallidas que consiguieron lo contrario de lo que pretendían e hicieron perder credibilidad y eco internacional a todo aquel movimiento. Porque por mucho que se repita un millón de veces, la independencia no "era a tocar" ni se daban las mínimas condiciones para proclamarla: todavía quedaban muchos pasos y mucha masa crítica por ganar. Como tampoco había estructuras de estado preparadas, ni mucho menos una estrategia mínimamente pensada, como ya empiezan a confesar muchos de sus protagonistas. Paradójicamente, el éxito del 1-O fue en realidad una parte de su condena: la batalla por apropiarse de la fecha es en realidad el origen de la disputa fratricida entre ERC y Junts para hacerse con el control de la hegemonía del independentismo. En resumen: El 1-O fue sin duda el momento cumbre del 'procés' pero los que le quieren infundir un valor que nunca llegó a tener en realidad han terminado por banalizarlo. Hablar del "mandato del 1-O", como si sus resultados tuvieran que ser vinculantes, es manipular a conciencia o simplemente autoengañarse muy ingenuamente. De hecho, la relectura exagerada y nostálgica que veremos en los próximos días en algunos sectores del 1-O es de hecho su mejor táctica para evitar la autocrítica y seguir huyendo hacia adelante.
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