Apunte
Porque lo digo yo
Sònia Gelmà
Periodista
La Federación Española de Fútbol nos recordó hace unos días que, más allá de la ilusión que puedan tener sus deportistas, resulta que van por obligación, porque si se niegan las podrían inhabilitar. Y tras recordarnos eso, exhibió su magnanimidad. No las van a sancionar. Démosles las gracias, les están perdonando la vida.
Qué triste ¿no? Que debas obligar por ley a defender tus colores, que los deportistas no puedan decidir libremente si acuden o no a tu llamada. Que deban proteger jurídicamente su ausencia. Qué triste, y qué propio de otra época. Como esa concepción de la autoridad plenipotenciaria que no permite cuestionamiento alguno, porque eso significa romper unos códigos que se debieron esculpir sobre una piedra sagrada o algo así.
Cómo se atreven ellas a levantar la voz. A ellos no se lo hemos visto hacer, dicen. Como si la situación fuera comparable, como si los recursos que les destinan o el trato hacia ellos pudiera tener una mínima similitud ¿Quieren comparaciones? En los últimos 34 años, España ha tenido dos seleccionadores femeninos: Quereda –durante 27 años-- y Vilda --que lleva 7. En ese mismo periodo, han pasado 11 seleccionadores por el banquillo masculino. Solo uno ha estado más tiempo que Vilda, un tal Vicente Del Bosque.
La reacción airada de la Federación confirma lo que ellas denuncian. Que no se las toman en serio, que no buscan el máximo rendimiento posible, que las tratan como a niñas. Y sí, lo podían haber hecho mejor e incluso les convendría una mejor comunicación, razones detalladas y denunciadas, una por una. Pero se enfrentan a una organización que se ve capaz de amenazar y que ya ha demostrado —en su conflicto continuo con la liga— que le da igual si se las lleva por delante, a ellas o a su recién estrenada competición, con tal de mantener su cuota de poder.
Porque aquí manda quien manda. Y como debe ser, faltaría más. Que eso siempre ha sido así y no se pone en duda. Porque al final, Vilda sigue. Porque lo digo yo. Y punto.
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