Agua corriente

Estudia, niño, estudia

La escritora Emma Riverola se mete en la piel de un alumno de una familia sin recursos

Los alumnos vuelven a las aulas en el colegio Josep Carner de Badalona

Los alumnos vuelven a las aulas en el colegio Josep Carner de Badalona / FERRAN NADEU

Emma Riverola

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Dos cursos de ventaja... El tema le preocupa desde hace unos días. Se enteró viendo la tele, como en este momento. Llega del cole, enciende el aparato y aterriza sobre la alfombra. Así se queda mucho rato. A su madre no le gusta, pero desde que se estropeó el ordenador… Lo tiene súper ensayado. Cuando el ascensor para en el rellano, quita el sonido. Y, si oye girar la llave, se levanta de un salto, apaga la tele y corre a su habitación. ¡Holaaaa!, grita su madre al entrar. ¡Holaaaa!, le devuelve él ya sentado con el libro abierto. Así me gusta, cariño, tú estudia. Y lo dice contenta, aunque suena triste.  

Mientras ella se ducha y prepara la cena, él se pone con los deberes. Hoy, la redacción. No sabe qué poner. No es que no sepa, es que no queda bien. ‘Explica tus vacaciones’. Lo dejaría en blanco, de un modo simbólico. Pero mejor no tenérselas con el profe de lengua, aún se acuerda del lío por las metáforas. Vacaciones… De cuatro niños pequeños se encargó su madre este agosto. El piso lleno de críos de las vecinas. Y, claro, él tuvo que ayudar.  

¿Qué tal la señora?, pregunta a su madre entre macarrón y macarrón (una vez más sin carne). Ella se encoge de hombros. Y a él se le redobla la preocupación. Es que la noticia de la tele le dejó inquieto: un niño de nueve años de clase alta le lleva dos cursos de ventaja a otro de clase baja. Por la noche, le preguntó a su madre si ellos eran de clase baja. No somos pobres, respondió ella muy rápida. Pero sí, después lo miró en el ordenador del cole: son pobres.  

Por eso él quiere que su madre se lleve muy bien con la señora mayor a quien cuida. Él la acompañó el día de la entrevista. Hará unos quince días. Dos autobuses cogieron. Y aún tuvieron que caminar un buen rato por unas calles muy anchas y muy vacías. Le prometió a su madre que la esperaría en el banco, pero se levantó a mirar. Es que era una pasada. El patio eran muchos patios. En uno se jugaba a básquet. En otro, a fútbol. Y aún más juegos... Él hacía ya mucho rato que había salido de su cole, pero allí había un montón de cosas divertidas por hacer.  

La cultura del esfuerzo

Cuando buscó lo de clase baja en internet, se acordó del nombre de aquel cole. Y, al leer lo que hacen, aún se inquietó más. Porque no acababa de entenderlo. Es que no tenía nada que ver con lo que decía esa gente de la tele, esos que saben tanto y que tan enfadados parecían. Aseguraban que ya no había cultura del esfuerzo. Que en los colegios se habían vuelto blandos, que ya no se memorizaba, que se premiaba a los vagos y los mediocres. ¡Estudiar, estudiar y estudiar!  

A su madre se le escapa un suspiro. Y él aprovecha: podríamos vivir en la casa de la señora. Lo lanza como si se le acabara de ocurrir. Así no perderías tanto tiempo yendo y viniendo, continúa. Yo no molestaría, incluso podría ayudarte, y podría ir al cole por allí. Hay uno justo delante… Ella le sonríe, aunque sin muchas ganas. Mañana volverá a insistir. Tendría que ser pronto. Dos cursos son muchos. Le da miedo que la diferencia se amplíe y ya no le dejan entrar.  

Es que no lo entiende. Todo lo que leyó de aquel cole era tan distinto: estimulación del deseo de aprender, proyectos interdisciplinarios, temas transversales, pensamiento crítico, creatividad, resolución de conflictos, experiencias tecnológicas, visitas culturales, un montón de actividades y ¡cuatro idiomas! Parece ser que para conseguir un buen empleo en el futuro hay que hacer estas cosas. Y, claro, eso aún le preocupó más. Un poco más y el profe de lengua lo pilla mirando la web: estudia, que te hace falta.  

Lo tiene atravesado. Desde el 0. Fue en un examen improvisado: ‘Qué es una metáfora y ejemplos’. Ahí él se emocionó. Y empezó a escribir y escribir metáforas. Toda la página llenó. El problema es que, cuando giró la hoja para continuar, vio que había una segunda pregunta: la hipérbole. Justo entonces sonó el timbre. Un 4, le puso: por no saber la mitad del examen. Él respondió al instante: Lo sé perfectamente, este 4 es una hipérbole... Y, ¡patapam!, llegó el 0.  

En realidad, tampoco es que ese profe le caiga tan mal. A veces lanza suspiros muy parecidos a los de su madre. También debe de estar cansado. Enseñar lengua es complicado, entre los que no entienden porque no entienden y los que no entienden porque no quieren... Él ya sabe cómo empezar la redacción: ‘Las vacaciones dan mucho trabajo’. Y esto es otra figura retórica. Una paradoja. Como tantas en la vida.  

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