La espiral de la libreta

Un viento aciago entre los frutales de ‘Alcarràs’

La España vaciada no precisa letanías, sino autobuses, servicios, medios

Fotograma de 'Alcarràs', de Carla Simón.

Fotograma de 'Alcarràs', de Carla Simón. / El Periódico

Olga Merino

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Salgo del cine Aribau con la cabeza gacha, casi escondiéndome de mí misma, porque, aun cuando me las doy de muy campera, todavía no había visto ‘Alcarràs’, que ya va camino de los Oscar. Enorme el personaje del abuelo, el ‘padrí’ Rogelio, con esa mirada hacia dentro, ensimismada, que tantas veces se observa entre las gentes del campo; un payés que se crece en la escena en que, sentado bajo la higuera, un viento repentino, como del mal agüero, levanta tierra entre las ringleras de melocotoneros y paraguayos y le susurra al oído: "tu tiempo ya pasó". Al ‘padrí’ lo arrumbó la marea de los años. Nació en una época en que los tratos se hacían de palabra y aún se entonaban canciones de trilla, como la que les enseña a los nietos: «Si el sol fos jornaler,/ no matinaria tant./ Si el marquès hagués de batre/, ja ens hauríem mort de fam». Está por ver si la Academia norteamericana entenderá la película, pero da igual, porque Carla Simónqué buena elección de pregonera— ha hecho un trabajo excelente. El campo es justo lo que retrata: supervivencia y derribo, los precios de la desvergüenza.

La España vacía es la Europa de los campos desolados. El asunto es más viejo que Marx y Engels, pero nadie hizo caso. Lo remachó John Berger en el ensayo ‘Puerca tierra’ (Alfaguara), publicado por primera vez en Inglaterra en 1979: ya entonces, el campesinado europeo era una especie en vías de extinción, moribunda, por la imposibilidad de competir con el capital monopolista y el ‘agribusiness’, que controla el mercado y la distribución.

Bajando del valle

A mediados de agosto, pasé por Alcarràs de refilón, en el camino de regreso, plagado de molinos eólicos en lugar de placas solares, bajando del Pirineo de Navarra, desde un pueblecito de apenas 50 habitantes en el valle del Erro. Una aldea que vive de la ganadería, algo de cereal, turismo rural y el trasiego de peregrinos hacia Santiago: «Buen camino». A veces surgía alguna conversación espontánea en el bar Juan con los lugareños, como con Sonia. La mujer, de unos 40 años, comentaba el grave problema de conseguir transporte escolar para los chicos del valle, que a los padres les cuesta un dineral y un 'tetris' organizativo —hoy tú, mañana yo—, cuando resultaría calderilla para el Gobierno navarro. Además, el chaval que se asienta en Pamplona para estudiar en el instituto o la facultad ya no quiere regresar al pueblo. No basta con entonar la letanía de la España vacía: es una cuestión de voluntad, de rascarse el bolsillo, de dotar de servicios a los territorios.

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