Artículo de Xavier Bru de Sala

El peligroso declive de Rusia

La anexión exprés, vía referéndum falsificado, del Donbás y otros territorios limítrofes con Ucrania, anunciada bajo amenaza nuclear, debe leerse como un amargo reconocimiento de la impotencia

El presidente ruso, Vladímir Putin, inspecciona los ejercicios militares Vostok-2022.

El presidente ruso, Vladímir Putin, inspecciona los ejercicios militares Vostok-2022. / MIKHAEL KLIMENTYEV / SPUTNIK / KREMLIN

Xavier Bru de Sala

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Putin es con total exactitud lo contrario de Gorbachov. Si el último presidente de la Unión Soviética se daba cuenta de la debilidad de la URSS y buscó una salida no cruenta a la derrota en la Guerra Fría, el forjador de la nueva Rusia considera que su país debe hacer lo imposible para recuperar el nivel de gran potencia imperial. Gorbachov inició un repliegue que llegó mucho más allá de lo que él pretendía, Putin es el impulsor del nuevo despliegue. Pero le sale al revés. Rusia ha perdido población, Rusia no es un país avanzado ni competitivo, su ejército es un desastre carcomido por la corrupción y la inoperancia. Basta con un solo dato: el PIB de Rusia es seis o siete veces el de Catalunya. No más. Rusia importa incluso los repuestos de sus aviones. Con estos recursos no se puede llegar demasiado lejos. La ambición en cambio, alimentada por una frustración nacional como pocas ha conocido la historia, es ingente. La desproporción entre tan ansioso deseo y las limitadas capacidades para llevarlo a cabo no puede ser más amplia. El problema es de Rusia consigo misma, y de rebote de Rusia con el mundo, y de manera especial con Europa.

La anexión exprés, vía referéndum falsificado, del Donbás y otros territorios limítrofes con Ucrania, anunciada bajo amenaza nuclear, debe leerse como un amargo reconocimiento de la impotencia. Desde el primer momento de la invasión, cuando un determinado Zelenski pidió ayuda militar en vez del avión que le ofrecían para huir, quedó claro que Putin tenía perdida esa guerra. Una cosa es imponerse a sangre y fuego en países indefensos de su entorno asiático, lo que se le permitió a pesar de las atrocidades, superiores a las que vamos descubriendo ahora con horror, y otra muy distinta expandirse en suelo europeo. La anexión anunciada es un paliativo de la guerra que ya da por perdida, para salvar el honor. También, si Zelenski acepta los discretos pero firmes consejos que le serán destilados a continuación, puede ser una forma relativamente rápida de poner sordina al conflicto, enquistarlo, encapsularlo, volver a abrir el grifo del gas e incorporar a Ucrania casi entera en Europa por la vía rápida.

El honor ruso por un lado, que Putin debe salvar a toda costa, y el sentido pragmático occidental por otro. Lo más probable es que se equilibren. El honor, eso que para los catalanes no es nada, pero que para los que han perdido imperios lo es casi todo. De ahí las amenazas de recurso al armamento nuclear táctico. Se acerque o no se acerque el desenlace de esta guerra, disminuya de intensidad, como ya se puede esperar además de desear, el futuro de Rusia es hoy mucho más complicado que antes del inicio de la invasión. Pese a poseer uno de los dos arsenales más destructivos del planeta, a pesar de las ingentes reservas de hidrocarburos, minerales preciosos y la producción a gran escala de cereales, Rusia está en declive. Por mucho muy hinchada o henchida que esté, no forma parte del concierto de los grandes. Al lado del G-7 o China, su economía es poco más que insignificante. En este mundo de grandes países y grandes asociaciones de países, Rusia no puede ser un polo. Está obligada a subordinarse. De momento, Putin habla de tándem con China. Pero la realidad es que Rusia exporta gas y petróleo y China es el primer consumidor de energía del mundo. Si tenemos en cuenta que la riqueza y la potencia provienen del consumo energético y no de la producción, obtendremos el resultado de la ecuación en forma de desequilibrio flagrante entre uno y otro socio. De forma más o menos lenta pero implacable, el control de los países asiáticos de su entorno que Rusia dominaba y ahora se pelean sin el permiso del gran oso, pasará a China. Y el de Moscú detrás.

China posee la paciencia, la fortaleza y la perspicacia que le han faltado a Putin, por no hablar de la demografía. Cuanto más gira Rusia la espalda a Occidente, más cae en la órbita de influencia china. Xi Jinping se ha permitido ponerle un límite severo cuando ha emplazado a Putin a inyectar estabilidad en el mundo, lo contrario de lo que hace. Sin embargo es innegable que Rusia es Europa, por historia, cultura y religión. También lo es que China no forma de los países donde se lee a Tolstoi y se escucha a Tchaikovsky.

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