Llach y Alizzz: el llorica de Verges reparte carnés
Llach, imbuido en su papel de caudillo de la cultura catalana, le ha cerrado la puerta en las narices a Alizzz
Albert Soler
Periodista
Mi padre, con buen criterio, llamaba a Lluís Llach "el llorica de Verges". Cantando o hablando, da siempre la impresión de estar al borde de las lágrimas, estaba escrito que cuando surgiera un movimiento lo suficientemente victimista y llorica, le adoptarían como mascota. Lluís Llach es al lacismo lo que Naranjito al Mundial 82. Lo suyo es dar y recibir: recibe cargos y prebendas, y da la tabarra. Ahora da también certificados de catalanidad. No a todo el mundo, puesto que los requisitos los pone él. El último a quien se lo ha negado es a Alizzz, explicándole que lo suyo no es cultura catalana, porque canta en castellano. Da igual que Alizzz sea catalán, da igual que trabaje en Catalunya, da igual que sus letras retraten Catalunya: Llach, imbuido en su papel de caudillo de la cultura catalana, le ha cerrado la puerta en las narices. Que se enteren Estopa y Rosalía.
Que un excantante se permita clasificar así la obra de un cantante ya debería indicarnos que algo no marcha del todo bien en Catalunya. Lo peor que le puede suceder a la cultura catalana es que todas las momias que tenemos olvidadas empiecen a ejercer de sumos sacerdotes de la catalanidad: no nos va a quedar más que morralla.
Un día Lluís Llach fue músico. Buen músico, además. Yo mismo interpreté a flauta alguna de sus piezas en los Maristas, para lograr un aprobado raspado en Música. Bien es cierto que más que por su calidad, lo elegí porque sus canciones son tan lentas que resultaban fáciles de interpretar incluso para mí. De Lluís Llach uno podía admirar su música -o la lentitud de su música-, pero una vez retirado no queda nada que admirarle. Destacar en música, en boxeo o en fontanería no significa más que eso, y las opiniones de Llach fuera de su negociado son tan prescindibles como las de Dum Dum Pacheco o las del operario que ayer reparó una cañería en mi casa. Ha pasado de ser cantante y llorica a ser solamente llorica. Una vez colgado el piano, debería limitarse a disfrutar del Senegal y dejarnos en paz, nada tiene aquí que decir o hacer.
Debajo de su sempiterno gorro no hay nada, y no me refiero a la ausencia de pelo. Vincular la cultura a la lengua equivale a sostener que Joyce y Beckett no son parte de la cultura irlandesa porque escribían en inglés y no en gaélico. Que 'Los hermanos Karamazov' es cultura rusa solo cuando está en ruso, gracias a las traducciones se convierte en cultura catalana, danesa, italiana o congolesa, según nos dé. Que Julio iglesias es cultura nipona cuando canta en japonés. Menudo lío. Mejor hacerse escultor o pintor, de forma que el único conflicto sea el nombre de la obra. Si uno titula su pintura 'Autorretrato' es cultura española, pero la misma obra se torna cultura catalana si se le cambia el nombre a 'Autoretrat'. Más fácil imposible. Caso curioso es el de la rumba catalana que, pese a su equívoco nombre, resulta no ser cultura catalana porque se canta en castellano, y eso que Peret fue tan catalán como su nombre indica y probablemente pensara en Llach -catalán de pura cepa- cuando compuso «Borriquito como tú».
No es que Llach sea mala persona, estoy seguro de que actúa de buena fe. Eso es lo peor. Por algo escribió Ricardo Moreno Castillo que «si pudiéramos suprimir la maldad, el mundo sería un poco mejor; pero si pudiéramos suprimir la estupidez, el mundo sería mucho mejor».
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