Artículo de Ignacio Álvarez Ossorio

Velo y libertades en Irán

Conociendo el historial de Raisí, uno de los integrantes de la infausta ‘comisión de la muerte’ que decidió la ejecución de miles de presos políticos en 1988, podemos pronosticar que no le temblará el pulso a la hora de descabezar cualquier amenaza para la supervivencia del régimen iraní

Leonard Beard

Leonard Beard / Leonard Beard

Ignacio Álvarez-Ossorio

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Oriente Próximo está adentrándose en una tormenta perfecta. La crisis sanitaria desatada por la pandemia del covid-19 ha dado paso a la crisis económica derivada de la invasión de Ucrania, lo que ha disparado las tasas de desempleo y pobreza. Cuando parecía que el hombre enfermo comenzaba a dar señales de mejora, un nuevo contratiempo le ha obligado a confinarse en la unidad de cuidados intensivos. 

Así las cosas, la brecha entre gobernantes y gobernados no ha dejado de crecer en los últimos años en Oriente Próximo y, de manera particular, en Irán. Tras el triunfo de la revolución islámica en 1979, el régimen teocrático apostó por el descabezamiento de la oposición y la supresión de las libertades públicas. Desde entonces, la mujer iraní, que ocupa el eslabón más débil de la cadena, es objeto de una evidente discriminación, ya que se encuentra en clara desigualdad frente al hombre en lo que respecta al matrimonio, el divorcio o la herencia y, además, es forzada a llevar el velo en los espacios públicos.

La muerte a manos de la policía religiosa de Mahsa Amini, una joven kurda de visita en Teherán, ha provocado un inesperado estallido de ira que se ha extendido como la pólvora por todo el país, incluidos los feudos tradicionales del régimen. Miles de mujeres y hombres iraníes han tomado las calles para exigir el fin de la obligatoriedad del velo. Desde la llegada a la presidencia del conservador Ebrahim Raisí hace un año, la policía de la moral ha intensificado sus controles para velar por el estricto cumplimiento de los códigos de vestimenta, así como para garantizar la segregación de sexos. La mitad de la población iraní está, por lo tanto, bajo vigilancia permanente, ya que en el caso de infringir la normativa establecida la mujer iraní se arriesga a ser detenida y someterse a cursos de reeducación, donde son habituales las vejaciones y las torturas. 

Aunque en la última década se han registrado centenares de manifestaciones por cuestiones económicas y por catástrofes naturales, las movilizaciones actuales tienen un carácter eminentemente político. El principal peligro para el régimen islámico sería que las protestas económicas y políticas confluyeran en un solo frente y concertaran su acción para protestar de manera conjunta por la perpetuación en el poder de una élite corrupta e incapaz de hacer frente a los graves problemas que atraviesa el país, tal y como se ha evidenciado en las últimas cuatro décadas. 

En caso de sentirse amenazado, el régimen podría reaccionar con extrema brutalidad. Cuando, en 2019, miles de personas se lanzaron a las calles para protestar por el alza de los precios de los combustibles, las fuerzas de seguridad reprimieron con extrema crudeza las movilizaciones, provocando la muerte de 1.500 personas. Pocos dudan de que la situación volverá a repetirse en el caso de que las protestas ganen fuerza y se prolonguen en el tiempo. De momento, las autoridades han limitado el acceso a internet para impedir que las activistas coordinen sus acciones y la información se viralice. La Guardia Revolucionaria, por su parte, ha iniciado sus habituales campañas de desinformación, afirmando que los enemigos tradicionales del régimen estarían armando a los manifestantes para extender el caos. Como en el pasado, la intensidad de la represión podría elevarse conforme evolucionen los acontecimientos, sin descartarse detenciones masivas, torturas e, incluso, ejecuciones extrajudiciales, una práctica común en las cárceles iraníes.

En las próximas semanas, el presidente Raisí podría enfrentarse a su prueba de fuego, ya que todas las quinielas le consideran el candidato mejor posicionado para sustituir al octogenario ayatolá Jamenei, que ha venido ejerciendo el puesto de Guía Supremo desde 1989. En el caso de titubear en la represión podría perder posiciones y ver cómo algunos de sus aliados tradicionales le retiran su apoyo. Conociendo el historial de Raisí, uno de los integrantes de la infausta ‘comisión de la muerte’ que decidió la ejecución de miles de presos políticos en 1988, podemos pronosticar que no le temblará el pulso a la hora de descabezar cualquier amenaza para la supervivencia del régimen iraní.

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