La espiral de la libreta

El cóctel de Tusquets abre el curso literario

Tanto en la vida como en la novela conviene a menudo asumir riesgos

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tusquets / JORDI OTIX

Olga Merino

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Decía Max Estrella, el poeta pobre de ‘Luces de Bohemia’, que las letras no dan para comer, sino que son «colorín, pingajo y hambre». Pero al menos, la otra noche, la del miércoles, nos dieron bien de cenar —pinchos, espumas y otras sofisticaciones— en el cóctel de entrega del 18º Premio Tusquets de Novela, a su vez muy bien regado. A tutiplén. Buen ambiente en la inauguración de la ‘rentrée’ literaria, que proseguirá con otros dos saraos: el Planeta (octubre) y el Premio Herralde (noviembre).

Escritores, agentes, periodistas, libreros, editores y un largo ‘name dropping’ del sector, nombres y apellidos de los que solo mencionaremos a la escudería Ferrari de Tusquets, a los que acudieron al evento: Cristina Fernández Cubas, Fernando Aramburu, Leonardo Padura, Rosa Ribas, Antonio Orejudo, Rafael Reig y Jordi Amat. Y la sombra alegre de Almudena Grandes. Arden las muchas pérdidas.

Se llevó el premio una escritora novel de 42 años, Cristina Araújo Gámir, con una novela doblemente expuesta, por el tema y por el narrador elegidos: la violación en grupo de la protagonista al final de la adolescencia, escrita desde el punto de vista de todos los implicados en el desquiciante drama. En la vida, a menudo, conviene arriesgarse, claro; si no, se va quedando uno en una previsibilidad de color café con leche. La novela se titula ‘Mira a esa chica’, y estará en librerías el 19 de octubre. A ver.

Después de la pandemia, rebosan las ganas de fiesta, de socializar sin mascarillas, de reanudar el cancaneo de ver y ser visto, de acudir a encuentros para tomarle el pulso a la vida. En los corrillos se habló sobre todo de quién va y quién no va a la Feria del Libro de Fráncfort y del tremendo rocanrol que se ha montado tras la fusión de las dos grandes distribuidoras de libros, Àgora y Les Punxes, en un nuevo centro logístico, EntreDos. También se comentó la singularidad del espacio donde se congregó a tan ilustre mesnada: Casa Rius (Enric Granados, 97), un antiguo taller de arte sacro donde ahora, mira tú por dónde, se juntan diablos de tinta. Se trata de una sala modernista de 500 metros cuadrados que se alquila para eventos, y está organizando una programación cultural fija.

Imposible tomarse la última copa en una terraza de Enric Granados y calles aledañas a una hora tan civilizada como las 11 por las restrictivas normas municipales. Los vecinos necesitan descansar, desde luego, pero tampoco parecía una insensatez recogerse justo una hora después, a medianoche. Como las cenicientas obedientes.

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