La esiral de la libreta

La peligrosa huida hacia delante de Putin

Da pavor el oso ruso acorralado. ¿Nadie va a imponer un gramo de cordura?

Vladimir Putin habla con el ministro de Defensa, Sergei Shoigu

Vladimir Putin habla con el ministro de Defensa, Sergei Shoigu / EUROPA PRESS / DPA

Olga Merino

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Los rusos utilizan el sustantivo ‘koshmar’ (pesadilla) cuando vienen mal dadas, cuando se echa encima un nuevo revés del destino. El término viene del francés ‘cauchemar’, y para ellos representa la muletilla de la desesperación. «¡Qué desastre!», «¡terrible!», también podría traducirse así. Con esa palabra, tres veces repetida, comenzaba Yuri, mi gran amigo ruso, el Whatsapp que me mandó ayer para comentar la nueva jugada sobre el tablero, el anuncio del presidente Putin de una movilización parcial de los reservistas, unos 300.000 ciudadanos. «Camino por la calle —proseguía— y observo a los jóvenes, preguntándome si seguirán vivos dentro de un año». A él ya no le tocaría acudir al frente, pero no me atrevo a preguntarle por su hijo Andréi. Hace varios meses, todo el verano, que no charlamos por teléfono. Intercambiamos saludos, memes, chistes blandos y alguna noticia sobre la que los medios occidentales prefieren pasar de puntillas, pero los dos sabemos, sin mencionarlo, que nos debemos una conversación a fondo, a calzón quitado. La vamos escamoteando. Temo que nos escuchen. Temo comprometerlo, y tampoco nos quedan ya palabras.

No sabemos exactamente qué ha ocurrido en Járkov, el alcance del repliegue ruso, pero parece diáfano que a Putin le está saliendo el tiro por la culata. Al mismo tiempo, no puede permitirse perder esta guerra, pues en la derrota le van el cuello, la continuidad y la supuesta gloria. Aun a riesgo de equivocarme otra vez, creo sinceramente que Putin sería incapaz de accionar el botón nuclear, que lo suyo es una huida hacia delante, pura bravata y chantaje, pero al mismo tiempo causa pavor el oso ruso acorralado. ¿Es que nadie va a imponer un gramo de cordura? Francia y Alemania juntas podrían reconducir la situación, forzar una mesa de diálogo, pero parece más efectivo seguir bombeando armas y dinero. Sacrificar el peón de Ucrania para aniquilar a Rusia en un largo conflicto.

La vana memoria

Putin, prisionero mental de su propia retórica, ha invocado el recuerdo de la segunda guerra mundial, sagrado para los rusos, con el fin de defender sus intereses en política exterior. Hasta la invasión, razones no le faltaban, pero los humanos insistimos en no aprender. Mientras, acaba de llegar a las librerías el clásico ‘En las trincheras de Stalingrado’, de Víktor Nekrásov, él mismo combatiente en la célebre batalla y nada complaciente con el régimen soviético. El protagonista pronuncia una frase que bien valdría para hoy: «En la guerra uno no puede creer en nada más que en lo que tiene delante de las narices».