Artículo de Juli Capella

Mejorar el Eixample

Apreciar las innovadoras aportaciones del Plan Cerdá no significa no ver sus defectos. Ni lo hace infalible ni que deba perpetuarse. Ni el suyo ni ningún otro planeamiento

la supermanzana del Eixample o ‘Superilles’ Los trabajos o obras han empezado en las calles de Consell de Cent con Comte Borrell en la foto. “obres de la Superilla de l'Eixample” . FOTO de RICARD CUGAT

la supermanzana del Eixample o ‘Superilles’ Los trabajos o obras han empezado en las calles de Consell de Cent con Comte Borrell en la foto. “obres de la Superilla de l'Eixample” . FOTO de RICARD CUGAT / Ricard Cugat

Juli Capella

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El Eixample de Barcelona es una maravilla, 7,6 kilómetros cuadrados con densa mezcla de usos para disfrute de un cuarto de millón de personas que lo viven, más los que lo visitan. Pero, por otro lado, hay que reconocer que es un desierto de espacios verdes: 1,5 m2 por habitante –5,4 de media en la ciudad; más de 15 en Madrid–. Su alta densidad y compacidad es desbordante y cuesta encontrar espacios abiertos, parques o jardines. Respecto al laudatorio argumento de ser un espacio igualitario, más bien podríamos decir que es monótono, extiende el módulo de manzana y calle en una trama rígida. Crea un espacio repetitivo, confuso y algo agobiante. Cuando paseamos por el Eixample celebramos los accidentes, avenidas mayores o de trazo oblicuo, topar con equipamientos o alguna diversidad que lo aligere e identifique

Apreciar las innovadoras aportaciones del Plan Cerdá no significa no ver sus defectos. Ni lo hace infalible ni que deba perpetuarse. Ni el suyo ni ningún otro planeamiento. Estaríamos aún con el trazado romano, cardo y decumano también eran geniales. Sería negar al urbanismo su capacidad dinamizadora en pos de una mejor vida del ciudadano, según convenga. Nada es intocable. Bien lo sabe el propio Cerdá, a quien toquetearon para emporarlo sin que nadie se alarmase. Por tanto, quien ahora se rasga las vestiduras, sin haberse inmutado cuando se traicionaba reiteradamente en lo fundamental, resbala. Nunca se ha respetado su propuesta de edificar el 50% de la manzana y dedicar el resto a jardín. Por tanto, le hemos estafado desde el origen la mitad de zona verde al barrio. Nadie está en la mente de Cerdà ni sabemos qué opinaría de enverdecer algunas calles. Tampoco importa, lo sustancial es saber si nos interesa ahora y si va a funcionar en la necesaria descongestión, tras 164 años. Y eso se consigue probándolo. Y que nadie se asuste, precisamente la calidad morfológica de su trazado permite muchos cambios –incluso peores como la descrita– sin poder llegar a desvirtuarlo. No hay nada irreversible en una ciudad viva

Más allá de un sano debate sobre cómo debe evolucionar el espacio público de cada ciudad, se debe atender ahora a un inexcusable reto medioambiental. Los índices de contaminación del Eixample son inaceptables. Muy por encima de la ley, superando los límites de la UE y cuadruplicando los de la OMS. No actuar al respecto es casi delincuente, pero sobre todo inhumano. Todas las ciudades serias del mundo están volcando su acción urbanística hacia una movilidad más eficiente y sana, es una tendencia global que va a mejorar nuestras vidas superando la ciudad de las prisas, el humo y el ruido. Los cambios siempre asustan, pero el signo de los tiempos es ineludible. Y a menudo implacable, a pesar de los alarmistas. En pocos años nadie discutirá está necesaria mutación de la ciudad hacia un paradigma de equilibrio social más confortable. Es una tendencia con diversos grados de radicalidad, pero irreversible, debemos participar en la aventura. 

Un anti ejemplo para entender alguno de estos cambios de paradigma lo ilustra las Rondas. Se crearon para poder desplazarse con velocidad de un lado a otro de la ciudad, sin pasar por el centro. Pero el crecimiento urbano acabó engulléndolas, convirtiéndose por tanto en verdaderas autopistas a pocos metros de las fachadas de los edificios, partiendo barrios. La fractura vecinal que supusieron las Rondas, ejecutadas con motivo de las Olimpiadas, seria hoy impensable. Ninguna ciudad permitiría hoy esta aberración. Tampoco un tambor como el de las Glorias, desgraciando tantas hectáreas justo en el centro geográfico de la ciudad. Asimismo, el derribo que sirvió para conectar el Eixample con el puerto, la Via Laietana, arrasando un barrio entero, hoy seria también impensable, a pesar de su utilidad. Ese argumento, la mera utilidad de desplazamiento rápido, no justifica destrozar patrimonio. Sin juzgar pasadas intervenciones, cada una con su peculiar contexto, hay hoy en día otras estrategias más sensatas para mejorar la ciudad. Debemos asumir que espacio público no significa solo circular, sino que abarca muchas otras actividades que configuran esa ciudad afable, humana y sana que nos apetece inventar y disfrutar.

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