La Barcelona asilvestrada
La falta de limpieza y la inseguridad contrastada siempre son dos ítems delicados para un equipo de gobierno y mucho más en épocas electorales
Jordi Mercader
Periodista.
Jordi Mercader
La limpieza había dejado de ser un problema para los barceloneses en los últimos años y ahora, con un plan de choque de 70 millones, una contrata nueva y una brigada de intervención rápida para acudir a tapar urgencias, el desasosiego por la suciedad de la ciudad ocupa el segundo puesto del 'ranking' de las preocupaciones, con un 11%. Un porcentaje que supone la mitad de la alarma por la inseguridad y más o menos el doble de la incomodidad creada por el turismo, el enemigo público número uno de la actual administración local de Barcelona, junto a las dificultades por el acceso a la vivienda. Con ratas en las plazas de Catalunya y Urquinaona es difícil no creer en las cifras de la santa biblia del barómetro municipal.
La falta de limpieza y la inseguridad contrastada siempre son dos ítems delicados para un equipo de gobierno y mucho más en épocas electorales. La preocupación por la suciedad no ha llegado todavía al porcentaje del 30%, el umbral que pone de los nervios a los responsables municipales de Barcelona y de cualquier otra ciudad ante un problema concreto. Pero la inminencia de las elecciones modificó la parsimonia de esta perspectiva, insuflando urgencia a la cuestión. Sin demasiado éxito, por lo visto. A finales del pasado año, el concejal Eloi Badia anunció una inversión extraordinaria para combatir la suciedad objetiva y la sensación subjetiva sobre suciedad, que también existe. Pero a este ingeniero industrial sin mano izquierda para la política parece que se le desmorona todo lo que toca, comenzando por la política de cementerios.
La implantación de la maquinaria de la nueva contrata no ha sido todo lo eficaz y fluida que debían esperar, según parece, y la climatología habrá ayudado a empeorar la percepción ciudadana sobre el estado de confortabilidad ambiental de la ciudad, pero el índice de preocupación sigue estando ahí. Y, ahora, además, hay una amenaza de huelga de los empleados de recogida de basuras y del servicio de limpieza durante las fiestas de la Mercè por los atrasos en algunas pagas. De no frenarla, como sucedió por Sant Jordi, va a entronizar el caos en la ciudad.
El caos de Barcelona es un concepto complejo, personal, pero muy extendido. Esta sensación explicaría, en parte, las respuestas que se apuntan en la casilla de limpieza insuficiente, a falta de preguntas más precisas. Barcelona se ha convertido en una ciudad asilvestrada. Los alcorques del arbolado, los parterres y jardines padecen los efectos de la prohibición del uso de productos químicos que los preservaban impolutos; la imagen que ahora ofrecen es de dejadez en el mantenimiento que solo los entendidos se explican. El urbanismo táctico, un galimatías de cemento en forma de pilonas, pilastras y bolardos, ayuda también lo suyo a presentar un espacio público desaseado. Muchos barceloneses, habituados a la pulcritud del orden urbano precedente, detestan esta evolución, asociándola seguramente a la suciedad urbana y sumándose así al porcentaje de insatisfacción sobre limpieza.
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