Ágora

10 años de 'procés': ¿Ha valido la pena todo esto?

El independentismo ha debatido sobre el fracaso de su estrategia, pero no ha analizado si realmente el esfuerzo, energía y tensión depositada ha supuesto alguna mejora para la población y su autogobierno

Manifestación de la Diada

Manifestación de la Diada / Manu Mitru

Santi Terraza

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Diez años es un margen de tiempo suficiente para establecer un balance de resultados que permita medir sobre datos objetivos el alcance de un proyecto. Y también se trata de una distancia suficiente para fijar luz sobre sus orígenes, causas y consecuencias. Sin duda, resulta un momento aconsejable para situarlo todo en la balanza y plantearse no solo cuál es la estrategia adecuada, sino también hasta qué punto ha valido la pena. 

En los últimos cinco años, tras el colapso de la falsa declaración de constitución de una república catalana, el independentismo ha basculado entre gradualistas e hiperventilados. En algunos casos (como en ERC y Junts) se han intercambiado los papeles que defendían sus dirigentes hasta 2017, para continuar atacándose, ahora ya sin disimulo alguno: los que antes eran pragmáticos, ahora son puristas, y viceversa. Unos llegaron a la conclusión que la velocidad que quisieron imprimir no resultaba garantía alguna si no se dotaba de mayor apoyo. Los otros, consideraron que, vista la respuesta jurídico-política por parte del Estado español, no existe camino intermedio si se pretende mantener el objetivo inicial.

Pero, más allá del análisis de las estrategias que unos y otros dicen defender –y más allá de sus respectivas justificaciones para argumentar el viraje que ambos han protagonizado en resultados opuestos–, la pregunta que se echa en falta en el independentismo es: ¿qué se ha obtenido de todo esto? Y ¿realmente ha valido la pena?

Partiendo de la base que la segunda pregunta admite un abanico de valoraciones subjetivas y, por lo tanto, sometidas a los respectivos posicionamientos y las militancias –a menudo, ciegas– que les acompañan, la primera solo se puede medir en base a resultados concretos. No se trata de una valoración, sino de una emisión de hechos y datos. Tal vez por este motivo esté ausente del debate y el análisis en el conjunto del plural ámbito independentista.

Cuando, hace diez años, los dirigentes de Convergència y de Esquerra optaron por doblar la apuesta y empezar a vender a sus gentes un futuro a corto y medio plazo que ellos sabían perfectamente que no era posible, en sus respectivos cuadernos figuraban desenlaces alternativos, todos ellos de cariz más posibilista que el embate determinista que anunciaban. Desde mejorar la deficitaria financiación de la Generalitat hasta la exploración de nuevas formas de integración de Catalunya en el Estado, que pasaban por mayores cuotas de autogobierno. Eran opciones que ningún dirigente anunciaba en público para no ser tachado de débil ante una masa a la que se la alimentaba, día sí día también, con el idílico paisaje que íbamos a crear la Dinamarca del Mediterráneo. Pero todas estas opciones intermedias, aunque no fueran visibles, estaban encima de la mesa como una estación a medio camino. De hecho, como el único destino posible.

No hace falta recorrer a muchas estadísticas o programas de balance para comparar en qué punto se encontraba el autogobierno y la financiación de Catalunya en 2012 y en cuál se encuentra ahora. Es decir, el mismo. En todo este tiempo de 'procés' y 'posprocés', la Generalitat no ha ganado ni la más mínima cuota de autogobierno, tampoco se ha reducido el asfixiante déficit fiscal que padece y ni tan solo se ha logrado corregir la falta de inversiones públicas en infraestructuras, que el conjunto de la sociedad catalana –al margen de militancias– reclama al unísono al Gobierno central. El grado de autonomía de Catalunya continúa siendo el mismo que era en 2012, a pesar de toda la fuerza, empeño y energía que se ha dedicado a cambiar esta situación.

Una primera lectura de esta parálisis permitiría señalar la falta de voluntad por parte del poder político del Estado en, si no cambiar, sí modificar esta correlación. Es cierto y no es nada nuevo. Desde la elaboración del Estatut de 1979, cualquier mejora en el autogobierno de Catalunya y la financiación de la Generalitat ha sido resultado de complejas negociaciones, fruto de alianzas o necesidades parlamentarias. Desde 'Madrid' nunca han regalado algo a cambio de nada.

Pero culpar de tus necesidades a la otra parte sin analizar fríamente tu propuesta y si realmente estabas en condiciones de plantearla, además de un exceso de victimismo, puede resultar insuficiente para emitir un juicio y un balance de resultados con todas las garantías. Y esto es lo que le ha pasado al independentismo, que, desde su derrota de 2017, se ha limitado a debatir qué ha fallado en su estrategia, pero ha evitado efectuar un análisis global de toda la campaña

Y este análisis objetivo dejaría en blanco la casilla de los logros y avances conseguidos en los últimos diez años. A pesar de toda la energía que se ha invertido en el 'procés', no se ha obtenido ni un solo traspaso o inyección económica que permita reducir el déficit fiscal. El “todo o nada” se ha traducido en una acentuada parálisis en el progreso y desarrollo socioeconómico del país, que resulta más preocupante todavía viendo como otros territorios han logrado protagonizar significativos avances, que, además, le han sustraído a Catalunya la condición de liderazgo que disponía en tantos ámbitos. Querían el todo y se han quedado con nada.

Y eso que no estamos hablando de la tensión, división, engaño y frustración generada. Esto último no deja de ser subjetivo…